lunes, 18 de abril de 2011

Cómo recuerdo el día en que llegó a mi casa (Garganta de cuero)

La verdad no sé cómo empezar con este relato, pues como comprenderán, no soy un Neruda o un Borges. De hecho, amigo lector, aun no comprendo bien cuál ha sido la razón que me ha llevado a escribir, talvez sea mi carácter taciturno y bohemio, o quizás mi personalidad siempre perdida en elucubraciones de mi inconsciente. Talvez lo hago solo para poder volver a ese momento cada vez que abra estas páginas, probablemente espero que pase como cuando abro un libro, que me lleve hasta dimensiones lejanas en donde solo mi imaginación tiene la llave de entrada y de salida… porque dicen que recordar es volver a vivir…

Aun recuerdo el día en que llegó a tocar a la puerta de mi casa aquella noche oscura y fría, llevaba un niño pequeño en brazos profundamente dormido bajo de un montón de trapos y colchas para darle calor, mismo que a esa joven le faltaba, pues el ralo vestido que traía apenas lograba cubrirla de la gélida oscuridad, venía helada hasta los huesos y con su piel con un ligero tono azulado.

– Buenas noches señor… – me dijo cuando le abrí, aun con ese viejo libro en mis manos, estaba leyendo en el sofá de la sala.

– Buenas noches, ¿en qué te puedo ayudar?

– Solo venía… porque… es que estoy buscando trabajo… – me respondió, luchando para que su voz no temblara aunque lo estuviese haciendo – de… de lo que sea, talvez quiere alguien que le atienda la casa… u-una empleada doméstica… se hacer de todo y soy buena cocinera…

– Ah, pero… es que mirá, aquí es mi hermana la que ve todo lo de la casa y sería con ella y con su esposo con quienes tendrías que hablar… pero ahorita yo estoy solo aquí, todos andan de viaje… talvez si te pasaras mañana por la tarde ya los encontrarías…

– ¡Por favor señor, solo deme una oportunidad! – su voz triste y desesperada ahogó un gemido de llanto para poder conservar aunque sea una mínima parte de dignidad – ¡No tengo a dónde ir ni qué comer ni… y mi hija y… por favor, déjenos quedarnos por hoy… en la casa del perro aunque sea, tenemos frío! – se me hizo un nudo en la garganta, esa muchacha estaba desesperada y desamparada, no pude negarle por lo menos una noche de buen sueño.

– Va… pasá adelante… – le dije. Cómo recuerdo la forma en que puso un pié dentro de mi casa, tímida, insegura, llena de miedo, pero decidida a cualquier cosa. ¡¿Cómo iba a imaginarme lo pasaría después?! – ¿Cuál es tu nombre? – le pregunté.

– Virginia señor… – “señor”, me hacia gracia que me llamara así, a mi edad.

– Bueno Virginia… por esta noche pueden ocupar el cuarto de servicio… está allá al fondo… pero mañana a primera hora tendrán que seguir con su camino…

– Si señor, no se preocupe… – los llevé a la pequeña, pero cómoda y limpia habitación, tendrían por lo menos una cama y frazadas limpias para dormir.

Nuevamente quedé solo en la sala con mi viejo libro, traté de concentrarme en mi lectura pero no pude, ya no le estaba poniendo atención, extrañamente me sentía inquieto, tenso, intranquilo. Una voz retumbaba en mi cabeza, “¡Toda ella es preciosa, hasta parece modelo de revistas de moda! ¿No será que por eso le diste posada Max?”. Mmm, podría ser… aunque nunca fui el tipo de joven que se aprovecharía de su penosa situación. Pero ciertamente era una jovencita preciosa, talvez de mi edad (yo tenía 18 recién cumplidos), tal vez más grande o más pequeña, tenía una carita dulce y delicada, como de ángel, con un par de ojos verdes brillantes que me dejaron boquiabierto… unos ojos verdes que me dejarían marcado por el resto de mi vida.

En cuando dieron las 22 horas cerré mi libro y me dirigí a mi cuarto. Me puse mis piyamas y salí al baño a evacuar la vejiga. Pero esa noche se me antojó un vaso de leche, cosa rara porque nunca acostumbro tomar o comer nada antes de acostarme. La cosa es que fui a la cocina y me serví un buen vaso de leche tibia y… no sé, había algo que me hizo voltear hacia el cuartito de servicio, una especie energía que me atraía. Con el vaso en la mano caminé despacio, a hurtadillas como un ladrón… me sentí tan estúpido. Me puse frente a la puerta y allí estaba ella, en la cama con su bebé en brazos y dándole pecho… un pecho blanco y enorme, surcado de venas violáceas y con una aureola amplia de la que su bebé chupaba ávidamente. Me quedé parado como un idiota y con la boca abierta, ella me vio y se sobresaltó, y yo salí corriendo como un delincuente, con la mala suerte que el vaso se me cayó haciéndose mil pedazos en el suelo. ¡¿Qué me estaba pasando?!

Bueno, me había sorprendido espiándola y habría sido muy estúpido negarlo por vergonzoso que resultara aceptarlo. Dejé de correr y, rojo como un tomate, tomé una escoba y un trapeador para limpiar el suelo… justo en ese momento ella salió.

– Virginia… perdoná yo…

– Deme eso… a ver… – y me quitó el trapeador de las manos sin verme a los ojos y sin dejarme decir nada. En un 2X3 ya lo había recogido todo.

– Virginia… quiero pedirte disculpas, no fue mi intención… yo no sé qué estaba pensando…

– No sé preocupe señor… yo si sé, yo entiendo… de verás…

“¿Qué entendió?” me pregunté, aunque sabía qué pensaba. Pero no iba a aprovecharme de ella y no podía permitir que pensara mal, así que traté de explicarle. Pero ni se inmutó, solo se asomó a su habitación para asegurarse que su niña dormía y se encaminó al otro lado de la cocina, junto a la mesa desayunadora hizo lo que jamás imaginé, plantada frente a mi, dejó caer su raído vestido quedando totalmente desnuda, no traía ropa interior.

¡Dios mío, quedé impactado, era la primer mujer desnuda que veía en mi vida y sería la más bella que vería en mucho tiempo! Alta, de no menos de 1.70 y de complexión atlética, con un buen desarrollo muscular. Pero no era masculina o tayuya como decimos aquí, nada que ver, exudaba una sensual feminidad por cada poro de ese cuerpo que me tenía paralizado. Su silueta era torneada, con piernas largas y de muslos gruesos y duros, de mujer trabajadora. Sus caderas eran rotundas, de hembra paridora, por debajo de una cintura estrecha como de avispa. Luego un vientre plano y firme que marcaba los abdominales y un poco más arriba, los mejores y más grandes senos que en mi vida vi, enormes pero firmes, blancos y henchidos de leche, surcados de venas, con aureolas amplias y pezones puntiagudos y gruesos.

– ¡¿Qué estás haciendo?! – pregunté, aunque era obvio.

– Lo que usted quería señor… por eso es que vino a verme, ¿o no?

– ¡¿Yo?! ¡No! ¡Yo… no, mirá… esto es un error! – dije balbuceando y tratando de controlarme para salir de allí, pero las piernas no me respondían. Y ella, lejos de desistir, empezó a girarse despacio, mostrándome sus grandes glúteos, carnosos, firmes y perfectos.

– ¿Le gusta lo que ve? – me preguntó con una voz suave y sexy – ¿Le gusto? –ni responderle pude, pero mi silencio lo dijo todo – ¿Le gusto señor? Si le gusto… venga y sírvase de mi…

– ¡No, no… NO! – dije, reaccionando por fin, aunque eso era ya mi último y débil intento de parar esa situación – ¡Esto no está bien… yo no te estoy cobrando nada! ¡No necesito esto! ¡Y tengo novia y soy un hombre fiel! – eso último me lo inventé esperando que desistiera.

– Pero señor, ¿su novia está mejor que yo?… yo sé que quiere… ya tiene la verga parada…

– ¡No es cierto! – pero si, no sé en qué momento se me puso dura como una piedra.

– ¿Ya ve? Vamos señor, quiero ser suya, que me hagás lo que quiera… quiero pagarle que me haya dado un lugar donde dormir esta noche, para que ni yo ni mis nenes pasáramos frío…

– ¿Entonces eso es lo que sos, una prostituta que buscaba pescar algún incauto?

– ¡Soy lo que tenga que ser con tal de tener bien a mi hija! – me espetó decidida.

Yo no quería aprovecharme de su desgracia para satisfacer mis deseos, pero esa noche mi pene tomó vida y voluntad propia… ¡y más todavía cuando se sentó en una silla con las piernas abiertas, dejándome ver su sexo cubierto de una frondosa pelambrera oscura! Empezó a restregar y sobar sus inmensos senos, pellizcándose los pezones al mismo tiempo. Comenzó a frotarse las nalgas, llegando cada vez más cerca de su sexo y ano. Las separó y me enseñó los 2 agujeros de entrada a su cuerpo, comenzó a abrirse la vulva metiéndose varios dedos dentro. Sabía que era bella y le sacaba el mayor partido posible, sabía que me tenía caliente y paralizado, incapaz de oponerme por más tiempo por mucho que mi mente me lo ordenara.

– Venga… y me dejo hacer lo que a usted se le de la gana…

Al fin sucumbí al deseo y fui con ella, empecé a acariciarle sus torneadas piernas mientras ella me habría el cierre y me sacaba la verga del pantalón, tiesa y en todo su esplendor. Me tomó una mano y se la llevó a su sexo, pegó un profundo suspiro y comprobé lo sensible que era. No perdió tiempo y se llevó a la boca mi enhiesto falo, ¡Dios mío, qué increíble sensación, qué placer, nunca me habían dado una mamada, de hecho nunca había hecho nada con nadie! Su lengua me daba incontrolables corrientazos de placer, me la mamaba como una profesional, se la metía hasta que rozaba su garganta y luego lo sacaba lento y succionándolo y al mismo tiempo acariciándome el glande con la lengua, tenía mucha experiencia. Acelerando hizo que le metiera hasta 3 dedos en el interior de su dilatado y mojado sexo, aunque estaba seguro que le entrarían muchos más.

– Mmmmm… qué vergota papi, qué rica está… te debe medir como 20 cm o más, ¿verdad? – no pude contestarle de tanto placer, pues seguía con la boca aferrada a mi sexo y yo dedeándola, solo volvió a detenerse para pedirme más – ¡Dele señor que soy una perra caliente, cójame ya!

Giró ágilmente y se colocó de frente a mi, ella misma me tomó la verga y la apuntó hacia su sexo, y yo, completamente fuera de mi mismo, empujé y la penetré con gran facilidad y suavidad. La aferré de los muslos y comencé a embestir, ella se sujetaba del respaldo de la silla, dándome vía libre para cogerla como se me diera la gana. ¡Dios mío, qué sensación, su vagina dilatada y empapada rodeaba y abrazaba mi pene al rojo vivo, hasta parecía que alguien me lo estaba succionando, sus músculos vaginales actuaban como si fuesen una ventosa! Veía su piel blanca ponerse roja por el esfuerzo y cubrirse de sudor, miraba sus fabulosos pechos rebotar una y otra vez y su hermosa carita toda congestionada, no sabía si de placer o dolor, aunque luego estuve seguro que fue solo de placer. En una de esas, en un nuevo arrebato de lujuria, la agarré de las nalgas y la levanté, automáticamente ella me tomó del cuello para no caer al suelo y rodeó mi cintura con sus piernas, comencé a cogérmela colgada.

– ¡¡¡AAAAAHHHHH, VIRGINIA, VIIIIIRRRRGIIINIIIAAAAAHHHHH!!! – gemía yo a gritos, ella me selló los labios con los suyos en un beso rico y apasionado.

Continuamos copulando como animales perdidos de placer y lujuria, cada vez le daba más duro, como si quisiera partirla en 2, como si quisiera sacarle la verga por la boca. Ella me incitaba a darle más duro, más rápido y más salvaje, no paraba de gemir y jadear, estábamos enloquecidos. La cambié de pose, la bajé al suelo y la giré, inmediatamente retiró de la mesa con un manotazo lo que pudiera estorbarle y se tendió boca abajo sobre ella dándome la espalda, separó las piernas y paró bien su hermoso culito. Volteó a verme con los ojos brillantes de lujuria, como anunciándome que estaba lista, como pidiéndome que siguiera, y yo, obviamente, seguí. Apunté y la penetré hasta el fondo, le arranqué un largo gemido de placer y le seguí dando con fuerza asiéndola de las caderas o del pelo, pero siempre hincando vigorosamente mi recio tolete entre sus magnas nalgas.

Comencé a besarle el cuello, los oídos, se los mordisqueaba, a ella le gustaba, gozábamos como perros y gemíamos enloquecidamente. El placer era inmenso, el calor sofocante, nuestros cuerpos estaba empapados y yo seguía rebotando mis caderas potentemente contra las suyas, rechinaba la mesa y amenazaba con romperse. Llegó el momento en el que ya no podía aguantar, di un grito de placer la llené de mi simiente, Virginia terminó con su sexo repleto de esperma, con su hermosa carita blanca y su suave y sedosa piel cubiertas de sudor y enrojecidas. Fue increíble, el primer encuentro sexual de mi vida…

– Papi… ¿te gustó?… – me preguntó con un dulce hilillo de voz, solo logré decir si con la cabeza pues aun no acababa de asimilar lo que había pasado – A mi también me gustó mucho… sos un semental… – luego volvió a cambiar su tono conmigo – si quiere puede tenerme todo lo que usted quiera señor… – me dijo, pero yo estaba abrumado y no pude responderle más que con beso largo y húmedo… seguidamente la tomé de la mano y me la llevé a mi habitación.

Entramos a mi cuarto y volví a besarla, abrazándola y apretándola contra mi pecho, sintiendo como sus enormes senos se aplastaban contra mi pecho. La agarraba de las nalgas, grandes también, en donde un millón de dedos míos podían aterrizar sin problemas. Caímos en la cama y rodamos, enredándonos, tocándonos, sintiéndonos. De repente se despegó de mi ágilmente y se metió entre las sábanas, inmediatamente sentí su boca recorriendo mi pene, engulléndose hasta la garganta. Qué delicia, levanté las sábanas para verla, era la mujer más linda que se pueda ver.

– ¡Mmmmmm!… ¡Mmmmmm! – gimoteaba enroscada junto a mi mientras me chupaba la verga – ¡Qué increíble, qué delicia!… ¡Mmmmmm! – acaricié su cabeza y ella la levantó, clavándome sus bellos ojos verdes.

– ¿Le gusta señor?

– Si, si… me encanta… y me podés tutear Virginia… las formalidades ya están de más. – le dije.

– Vaya papi…

– ¿Y a ti te gusta?

– ¡Mmmmmmm! ¡Me encanta! – me respondió con su voz suave y sonriéndome coquetamente.

Virginia continuó mamándomela como si de ello dependiera su vida, le encantaba, era una amante de las vergas. Se enderezó un poco y se arrodilló en medio de mis piernas para pudiera verla con mi pene entre la boca, a veces levantaba la vista con picardía, con sus ojitos brillando de lujuria. Me lamía el grueso mástil desde la base hasta del glande (que increíblemente exhibía una erección de 19 cm por 4½ de diámetro), tragándoselo como a un bombón mientras lo pajeaba. Por minutos dejaba mi verga por un lado y se dirigía a mis testículos, unos huevos que también se veían mucho más grandes, enormes, gordos, peludos y rebosantes de semen.

Estaba tan caliente que hice algo que jamás en mi vida había pensado hacer, la puse sobre mi de forma invertida formando un 69, quería devolverle placer por placer. Continuamos chupándonos y lamiéndonos mutuamente, rindiendo adoración a los genitales del otro y acariciándonos enteros. Le puse especial atención a su regordete clítoris, masajeándoselo con energía, ensalivándoselo con abundante saliva y metiéndole hasta 3 dedos, Virginia estalló en un fuerte orgasmo al poco tiempo…

– ¡¡¡SSSSIIIIIIIHHHHH, PAPI, PAAPIIIIHH… AAAAAHHHHHH!!! ¡¡¡AAAAAAGGGGHHHHHH!!! – empezó a gritar su gozo mientras yo le seguía estimulándole su sensibilísimo órgano. Me bebí por completo su acabada, no imaginaba la cantidad de fluidos que esa mujer podía echar.

– ¿Te gustó Virginia? – le pregunté cuando rodó a mi lado, ella asintió con la cabeza, enrojecida y muy agitada y sudorosa.

– ¡Si… si Papi… qué rico!… y me dejaste bien abierta y mojada… ¿me vas a coger? – preguntó, sabiendo de antemano la respuesta, yo le respondí con una mirada lúbrica – ¡Dale pues, que me muero por que me partás en 2 otra vez! – apuradamente, guiada por una terrible excitación, se giró y apuntó mi ariete a su entrada, le sentí un fuerte escalofrío cuando mi glande empezó a entrar dentro de su cuerpo – ¡¡¡OOOOHHHH DIOS MÍO, AAAGGHH!!! ¡¡¡QUÉ RICOOOHH!!! ¡¡¡¡AAAAARRRRRGGGGGGHHHHHH!!!! – se dejó caer sobre mi ingente tronco, clavándoselo hasta los huevos, luego se echó hacia delante y enterró la cara entre mi pecho mientras yo la abrazaba y acariciaba, tratando de acallar un poco sus gritos.

Virginia subía y bajaba aceleradamente, casi con salvajismo, moviendo solamente las caderas pues su cara aun estaba entre mi pecho. Yo la jalé del pelo con fuerza y la besé enredando mi lengua con la suya, mientras movía con potencia las caderas para ensartarla cuando ella fuera bajando. Era un encuentro increíble, era una auténtica hembra, una verdadera perra en brama, gozaba con mi masculinidad barrenándole las entrañas con mi duro y enrojecido pene.

– ¡¡¡¡GGGGFFFFMMMMM!!!! ¡¡¡¡GGGGFFFFMMMMM!!!! ¡¡¡¡OOOOUUUMMMGGGG!!!! – gemía con mi mano metida entre su boca, me la chupaba como si fuera un nuevo pene.

La agarré de las nalgas para subirla y bajarla yo mismo acelerando el ritmo de la cópula, Virginia me abrazaba del cuello y besándome apasionadamente. Poco a poco me fui enderezando, poniéndola boca arriba y llevándome sus piernas a los hombros, de forma que pude descargar con más fuerza mis embestidas sobre su delicado órgano sexual, haciéndola gemir y gritar como una desesperada.

– ¡¡¡PAPI!!! ¡¡¡PAPI, PAPITOOOO!!!… ¡¡¡OOOUUUUHHHH OOOOOOOOGGGHHHHH!!! – Virginia gritó cuando ante el intenso masaje que mi verga propinaba a su sensible sexo, le sobrevino un dulce orgasmo que celebró a viva voz, ya no me importó nada, ni siquiera mi propia hija, tan solo el inconmensurable placer que estaba experimentando.

Volví a cambiarla de posición, la tendí de costado, primero abierta con una pierna en el aire y luego cerrada para que sintiera mejor el grosor de mi paloma. Virginia gemía y gritaba, sentía mi ariete barrenándola sin compasión, abriéndola y sometiéndola por completo. De nuevo cambié de pose, a ella le encantaba que la manipulara a mi antojo, quedó en 4 y con el culo paradito para rematar la faena. La agarré de las caderas y le comencé a dar con fuerza mientras ella gesticulaba y berreaba enloquecida. Era lo máximo, el mejor, más rico y salvaje sexo, estábamos rojos y empapados, ella tenía la mirada perdida y la boca abierta, babeaba abundantemente. Por fin, tras una sesión larga y enajenante, desempalé a Virginia y me puse de pié, ella inmediatamente tomó mi pene y lo frotó y chupó, con fuerza hasta que obtuvo su premio.

– ¡¡¡¡AAAHH!!!! ¡¡¡¡AAAHH!!!! ¡¡¡¡AAAHHH!!!!… ¡¡¡¡AAAAOOOOUUUURRRRGGGGGHHHHH!!!! ¡¡¡AAHH, BEA!!! ¡¡¡¡¡BEEEEAAAAAHHHHH!!!!! ¡¡¡¡¡OOOOUUUMMMMMMMMRRRR!!!!! – rugí obsequiándole una acabada de largos y abundantes chorros que se estrellaron contra su paladar y garganta. Virginia tragó cuanto pudo, el resto le salía a borbotones de la boca y caía por su barbilla hasta su pecho. Y todavía me ordeñó hasta sacarme la última gota.

Quedé sentado sobre la cama con cara de imbécil, sin saber qué decir ni qué pensar, menos qué hacer, solo sabía que esa muchacha me había dado la noche de placer de mi vida… y que apenas sabía su nombre. Me quedé pensando en lo que acababa de pasar, reflexionando sin podérmelo creer aun, estaba seguro que jamás conocería a otra mujer tan ardiente y diestra en la cama. Fue la cosa más increíble que me había pasado hasta entonces, vaya forma de perder la virginidad. Pensando en eso caí rendido en un sueño profundo y relajado…

…………

– Buenas noches dormilón… ¿qué tal dormiste?

– ¿Ah, qué? – exclamé sobresaltado, del otro lado de la puerta de mi cuarto estaba mi hermana Any, había vuelto temprano, mucho antes de lo que esperaba.

– ¿Dormiste bien haraganote?… ya son las 9 de la mañana… – le di gracias a Dios que no entró pues me habría visto totalmente desnudo, me vestí como rayó y salí con el corazón en la boca. La encontré en la cocina revisando una pila de platos recién lavados – ¡Ya lavaste los platos de la cena, qué lindo! – me dijo en cuanto me vio – Veo que no sos tan haragán como pensé… ¡y hasta el desayuno dejaste hecho ya! Solo una cosita te digo, siempre tenés que dejar la puerta de la calle con llave, cuando llegué la encontré sin seguro nene…

La verdad no sabía de qué estaba hablando, yo apenas me estaba despertando, pero era cierto, la pila de platos sucios que tenía la noche anterior estaban brillantes de limpios y había un delicioso sartén con huevos revueltos sobre la hornilla… Virginia. Volteé para todos lados pero nada, no la vi por ningún lado, entonces comprendí aliviado lo que pasó: Virginia despertó mucho antes que yo, lavó los platos, me dejó el desayuno… y luego se fue con su nena a la incertidumbre de la calle.

Me sentí desilusionado, ni siquiera se despidió de mi, ni siquiera la vi salir aquella mañana gris y fría, sin saber si volvería a verla, pero dejando por siempre el recuerdo de aquella increíble noche que me dio, la mejor y más placentera noche de mi vida. Sus increíbles ojos quedaron grabados en mi mente y el sabor de su cuerpo en mis labios… 2 recuerdos que llevaría conmigo por siempre.

Garganta de Cuero

Pueden enviarme sus opiniones y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.




Cómo recuerdo el día en que llegó a mi casa
Categoría: Hetero: General

Garganta de Cuero nos cuenta en el Ejercicio su recuerdo de cuando aquella joven llamó a su puerta en una noche oscura y fría que acabó siendo la más caliente de su vida.

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