miércoles, 15 de mayo de 2013

Adios mundo cruel

Mi mundo llegó a su fin al averiguar lo que ocurría cada viernes por la tarde cuando mi mujer decía de irse a tomar un café con las amigas.





Sr. Juez:

Ruego no se culpe a nadie de mi muerte ni todo lo relacionado con ella. Quiero que quede claro que el único responsable soy yo y por eso me condenaré, cualquiera que sea mi destino en el más allá.

¿Qué me ha hecho tomar esta decisión? Ni yo mismo lo sé, porque creo que he sido presa de mi propia ineptitud, de mi falta de atención, de mi control de la situación desde el principio y cuando he querido reaccionar, quizás haya sido demasiado tarde.

Lo único que sé es que este el fin, que quiero quitarme del medio y desaparecer. Para resumir, tengo dos motivos para dejar este mundo: una que sé que mi mujer me engaña con otro y segundo que me he vuelto loco con tan solo imaginarlo.

Empezaré por el principio: Mi esposa es una mujer atractiva, con unos ojos muy bonitos y lo más llamativo de ella son sus pechos, pero para mí cualquier parte de su cuerpo es digna de admiración. En cambio ella nunca ha sido una mujer ardiente, ni mucho menos, más bien todo lo contrario, se ha limitado siempre a un abrazo, un beso cordial, un sexo del todo monótono y sin ningún tipo de aderezo ni de innovación, que no fuera un misionero cada quince días.

De ahí que mi desesperación se multiplique, no solo porque haya conseguido engañarme con otro, creyéndome yo un buen amante y fiel esposo, sino que ella parecía no necesitar nada más de lo que tuviera en casa. Puede que también esa fuera otra de las razones por lo que ella me engañara, no lo sé, pero si me veía burlado, era doblemente, primero por su infidelidad y segundo porque no creía haberle dado motivos para que lo hiciera. También he leído en algún sitio que las mujeres más conservadoras, son las más morbosas y las que buscan fuera lo que en casa saben que tienen de seguro prefiriendo el riesgo y las aventuras extraconyugales a hacer el amor con el marido de forma aburrida y hasta obligada… El caso es que yo empecé a sospechar de ella a partir de cosas que no empezaron a cuadrarme. Primero porque ella cambió repentinamente de actitud, sobre todo cuando descubrí que no me decía la verdad a preguntas concretas.

Sin duda alguna mi esposa no estaba donde decía estar ni en la compañía que también me detallaba cada vez que le preguntaba. Había un engaño a todas luces, que en principio tomé como una de sus alteraciones nerviosas o de su deporte compulsivo de irse de compras y dejarse la visa temblando… no, esta vez no fue nada de eso y traté de averiguar cuál era el verdadero motivo de su ausencia cada viernes por la tarde, entre las 7 y las 9, concretamente.

Mi primera opción fue la de hablar e intentar descubrir alguna verdad entre tanta mentira, preguntando directamente, pero ella sabía siempre encontrar todas las evasivas. Si le preguntaba por el viernes por la tarde, me decía que tenía su café con las amigas.

Naturalmente esa versión que ella me contaba, quedaba descartada, principalmente porque la primera vez que aquello no encajó fue cuando me encontré en un centro comercial con dos de sus amigas y mi esposa no se hallaba entre ellas. Al preguntarle al día siguiente de forma sibilina, no me nombró el centro comercial en cuestión y me confirmaba que había estado con ellas tomando un café en un lugar al otro lado de la ciudad. El caso es que su mentira se confirmó por segunda vez, cuando recibí la llamada de un amigo diciendo que había visto a mi mujer en un pub cercano en compañía de un hombre. Pensé que podría tratarse de uno de sus compañeros, pero también lo descarté por el lugar y por la hora famosa en la que ella se tomaba su “café de amigas”.

La segunda opción para intentar averiguar algo más fue la de contratar los servicios de un profesional, es decir, un detective privado, pero lo desestimé, ya que aparte del elevado presupuesto que me ofertaban, no daban ningún tipo de garantía de éxito, por lo que preferí ser yo mismo el investigador del tema en cuestión.

Mi tercer iniciativa fue la de buscar entre sus cosas, unas veces en su bolso, otras hasta en su ropa interior… pero mi principal objetivo fue el de encontrar algún mensaje o llamada relevante en su teléfono móvil, algo que me costó al principio al no encontrar la manera de hacerlo sin que ella se alejase del aparato, además, no sé si por obsesión mía, creía que ella se cuidaba mucho de dejarme al alcance su teléfono y descubrir esos secretos tan ocultos, lo que multiplicaba mi mosqueo y mis sospechas de algo más que un engaño “tonto”. Un buen día, aprovechando que ella se estaba tomando uno de sus baños relajantes, me acerqué a la mesita donde estaba su móvil y creí por fin poder destapar sus fechorías. Sin embargo, no sé si me alegré o me llevé un chasco, pero el caso es que entre sus muchos mensajes no había ninguno que hiciera sospechar, ni lo más mínimo.

Otra de mis pesquisas fue la de rondar, con cierto disimulo por su correo electrónico y sobre el historial que dejaba en las páginas web visitadas en su portátil, pero tampoco encontré nada fuera de lo razonable.

De siempre es sabido que las mujeres han sabido guardarse las espaldas con estos asuntos, así que dejé de gestionar cosas que se acercaban más a lo absurdo que otra cosa y meterme de lleno en el tema con exploración “en vivo y en directo”.

Me compré una peluca, una barba postiza y unas gafas con un tono oscuro y me planté en el famoso pub en el que mi amigo había visto casualmente a mi mujer. Y allí fui cada viernes, con el oscuro propósito de pillarla in fraganti, pero la habilidad de escabullirse de mi esposa ha sido siempre notable y en este caso, estaba claro que debía de verse con su amante en un sitio diferente cada vez.

Al fin, fue el azar o seguramente algún componente mal elaborado por parte de ella, pero descubrí todo el pastel por “puritita” casualidad.

A ella siempre le gustó cocinar y lo cierto es que lo hace con mucho arte, pero además prepara sus propios platos y participa en algún foro de cocineros aficionados, intercambiando trucos y recetas, algo que por cierto, nunca me ocultó, incluso mostrándome con todo detalle los mensajes que allí se intercambiaban, sin embargo, fue en ese lugar donde descubrí toda la trama.

El texto que descubrí fue el siguiente:

La primera vez que hice esta receta, estaba
próxima la llegada de la navidad, por eso la
semana anterior, pude comprar de todo, aunque
nos costó un poco localizar el jengibre, pero
encontramos una tiendita cerca de la estación
en el antiguo mercado de abastos de la ciudad,
el que está justo haciendo esquina con el viejo
Hotel del Marqués. La dueña es muy atenta, todo un
sol, que se esfuerza en encontrar lo que buscas,
desde dulces de todo tipo hasta especias exóticas,
las que suelo usar en mis truquitos, y que son como los
siete pecados capitales, menos la pereza, esa solo en mi
habitación antes de levantarme, jeje, pero los demás no los
numero, porque con tantos ingredientes he hecho más de
211 recetas distintas, desde que encontré ese lugar.
Quiero agradecer desde aquí la atención de esa mujer
que se esmera en ofrecerte todo tipo de ayuda
seas de donde seas, porque también habla idiomas,
malo será que no descubráis algo interesante,
conmigo, ha acertado de pleno siempre que he ido.
Yo estoy muy contenta, la verdad, además
te trata con muchísima cordialidad
como si fueras de su propia familia
todo un tesoro, vamos… os lo recomiendo.

Tuve que leer el texto varias veces, intentando asimilar lo que mi subconsciente quería revelarme, hasta que no hubo ningún tipo de dudas: aquel texto contenía un mensaje oculto, el que anduve buscando durante tanto tiempo…

A pesar de no verse a primera vista, creo que el diablo o quizás un ángel reparador se acordaron de mis preocupaciones y me mostraron el texto con mejor detalle. Leyendo la primera palabra de cada párrafo había un mensaje clandestino que no dejaba ningún tipo de dudas.

La próxima semana nos encontramos en el hotel Sol, desde las siete. Habitación número 211. Quiero que seas malo conmigo. Yo te como todo.”

Nunca pude imaginar que escondido en una receta estuviera su pérfido plan y toda su malicia, esa que ha llevado a engañarme cada viernes de 7 a 8 desde hace ya más de un año.

Lo siguiente no fue muy difícil, y era preparar un plan de observación a pleno rendimiento. Como soy aficionado a las novelas de espionaje, eso me ayudó a trazar un plan perfecto para descubrir a mi mujer en su aventura extraconyugal. Esa misma tarde me dirigí al hotel en cuestión, algo cochambroso, por cierto. Me acerqué al recepcionista, contándole una historia algo rebuscada, diciéndole que era viudo y que había vuelto a la ciudad, relatando que estuve en su hotel años atrás y que me hacía mucha ilusión rememorar viejos tiempos en la habitación 211, dándole la excusa de haber sido la misma que utilizamos en nuestro viaje nupcial. No sé negó, claro y la suerte quiso que estuviera libre ese día, porque me confirmó que el viernes la tenía reservada. Subí a la habitación y me dispuse a colocar innumerables cámaras para grabar con todo lujo detalles lo que ese viernes ocurriría. Me esmeré en camuflarlas por completo, no quería que las camareras encontraran ningún cable ni ninguna mini cámara y me echaran por tierra todo el invento. Puse una en la lámpara del techo, escondida tras el cable y que ofrecía una panorámica perfecta de la cama de matrimonio. Una cámara en lo alto de la barra de la cortina, otra sobre el cabecero, alguna más en sitios disimulados pero perfectos para filmar una peli con un contenido que no estaba seguro de querer ver.

Los datos se enviarían a través de un pequeño emisor escondido en el baño y que lanzaba la señal remota por internet a mi ordenador de casa. Después, bajé a recepción y anulé la reserva de la habitación, porque le dije que era muy fuerte para mí y que no quería tener más recuerdos de aquel lugar. Lo entendió a la perfección y amablemente no me cobró ningún tipo de servicio.

Volví a casa para no levantar sospechas a mi mujer y esperé impaciente la llegada del viernes, no sin darle vueltas a la cabeza una y otra vez, creyendo en algún momento que todo era fruto de mi imaginación y que en verdad aquello no iba a pasar, que era sencillamente eso, una paranoia de las mías.


Hoy, viernes, como siempre hago, le he preguntado a ella esta mañana que planes tenía para esta tarde y también como siempre me ha contestado que tenía su café con las amigas y que no regresaría hasta pasadas las 9.

A las siete en punto, la primera cámara mandaba la señal de movimiento y era el de mi mujer entrando en la habitación. Aquello mostraba una triste realidad: Era ella y nada más que ella. Estaba guapísima, por cierto. Llevaba el vestido que le regalé en uno de nuestros aniversarios y que yo creía para mí en exclusividad. Aquella prenda resaltaba más su busto, pues era algo más escotado de lo normal y recuerdo que esa fue la principal razón por la que se lo regalé, además era corto, lo que ofrecía una amplia panorámica de sus piernas. Después, sus zapatos de tacón de aguja, esos que nunca se quería poner conmigo y que “le hacían mucho daño” según decía, pero que la mostraban preciosa.

A los pocos minutos entró el desconocido en cuestión. Un tipo alto y aparentemente fuerte, pero por lo demás tampoco me pareció nada del otro mundo. Seguramente a ella sí, porque nada más cerrar la puerta tras de sí, mi mujer se abalanzó sobre él, dándolo un morreo de tomo y lomo. Aquello me irritó sobremanera porque nunca lo había hecho así conmigo, ni tampoco su manera de engancharse con su mano por el cuello, afirmando que el beso era el que ella le proporcionaba a él y no al revés como ocurría en nuestros pocos encuentros íntimos. El hombre la complacía con sus manos sobando sus pechos y apretando sus nalgas. Yo cambiaba de cámara y veía en primer plano como los labios de ella se mezclaban con los de aquel tipo, para dar paso a continuación a sus lenguas que se volvían locas saliendo y entrando de ambas bocas.

El oculto amante, ese que siempre imaginé, estaba ahora frente a mis ojos, o mejor dicho, frente a mi monitor, en las diversas cámaras que lo filmaban. No sentí odio, no… ni rabia, ni nada por el estilo, sino más bien envidia, por no haber sabido darle a ella lo que él le regalaba cada viernes.

Apliqué el zoom de la número 4, cuando aquel hombre empezó a desabrochar los botones delanteros del vestido de mi querida esposa, que se dejaba hacer sin dejar de acariciar su nuca y mirándolo con unos ojos llenos de deseo…. Los que nunca obtuve yo.

Una de sus tetas salió a la luz y el tipo sonrió victorioso y no es para menos, aquellos pechos, que yo creía en exclusiva, son de lo más impresionante del mundo y ahora eran lamidos lascivamente por la lengua y los labios de aquel odiado ser.

Ella cerraba los ojos, sintiéndose en la gloria y recibiendo aquellas lametadas que me irritaban, porque me hacían sentir mi propia culpa, el sentimiento de no haber sabido como complacerla, como entrar en ese juego que nunca sospeché tanto le podría gustar.

El vestido cayó al suelo, a los pies de ambos, dejando la estampa divina de ella con tan solo sus braguitas blancas. Las manos del tipo iban de un lado al otro, por la espalda de ella, por su estrecha cintura, por el borde de las braguitas, por sus pechos, su cuello y todo siempre sin dejar de besarla.

Ella no tardó en desabotonar la camisa de aquel hombre, para dejarle con el torso desnudo, lo que me llevó a comparar unos abdominales que yo nunca tuve, pero que él parecía cuidar con mimo, con el mismo que cuidaba de mi mujer en ese momento. Y con esa misma habilidad con la que fue bajando sus bragas hasta que desaparecieron por sus tobillos.

Él le dio la orden y en pocos instantes ella estaba tumbada sobre la cama, completamente desnuda, solo vistiendo sus zapatos de tacón, algo que le convertían todavía en más hermosa, si cabe, de lo que ya es, hasta que abrió sus piernas de una forma que no había visto antes. Le ofrecía todo sin miramientos, sin ningún tipo de vergüenza, dándole la oportunidad de devorar su sexo sin compasión y lógicamente así lo hizo el hombre, arrodillándose entre las piernas de su amante y comenzando a lamer aquel coño como si fuera un manjar, algo que yo podía corroborar: más que delicioso. Subía hasta sus tetas, las lamía, volvía a bajar por su ombligo y seguía deleitándose con los pliegues de los labios vaginales de ella, mientras esta gemía con todas las ganas. ¡Cómo nunca!

En un momento dado ella le dijo que se detuviera, que aún era pronto para correrse. Se incorporó y sentada al borde de la cama soltó el cinturón de su amado para bajar sus pantalones en un abrir y cerrar de ojos. La polla de aquel hombre salió a escena dejando a mi mujer otra de sus caras de vicio que desconocía y lo que más me sorprendió es cuando la agarró con sumo cuidado entre sus dedos y comenzó a mamársela como una auténtica conocedora del sexo oral y no era precisamente porque lo hubiera ensayado conmigo, pues nunca me regaló una triste mamada. Ahora estaba allí, sentada sobre la cama, desnuda y chupándosela a un tipo que disfrutaba de aquellas lamidas, de aquellas artes que ella parecía darse en el asunto, pues el tipo temblaba con los ojos cerrados mientras acariciaba el cabello de aquella mañosa mamadora. Los gordezuelos labios de mi mujer se tragaban una y otra vez aquel sable que desaparecía casi por completo en su boca, mientras que sus deditos jugaban con las bolas balanceantes de él. No podía imaginar lo que se sentiría teniendo la polla metida en la boca de mi esposa, pero viendo aquellas imágenes, podía comprobar que era algo increíblemente placentero para él… para ambos.

¿En qué me había equivocado? ¿Qué había hecho mal? ¿Qué era lo que yo no ofrecía a mi esposa para que ella me regalase aun cuando fuera una sola vez, una mamada antológica como aquella?

El hombre le dio unos toques a mi mujer, para indicarle que también estaba a punto, por lo que ella entendió que aquello no podía quedar así y que había que rematarlo con un buen polvo. Dicho y hecho, se preparó para tal fin, salvo que completamente distinto a como solía hacerlo conmigo en nuestras relaciones sexuales, absolutamente nada que ver. No era ella la que se tumbaba en la cama y dejaba que yo yaciera sobre ella como un mono, sin sacarle seguramente esos impulsos lascivos que ahora tenía en pantalla. Ahora era ella, la que le ordenaba tumbarse a él sobre la cama, para empezar a subirse encima, sí, eso que siempre soñé y nunca se cumplió, ahora se lo daba ella a otro, montándose sobre aquella polla, como una experta amazona. Se elevaba por completo para luego dejarse caer y empalarse de nuevo estirando sus brazos. El tipo se incorporaba y se abrazaban con ternura, con un amor que envidiaba, que no podía sentir en nuestros encuentros más íntimos. Los pechos de ella se balanceaban sobre el torso de su amante y sus bocas sedientas se devoraban sin parar.

Mi mujer empujó al tío, obligándole a ponerse completamente tumbado sobre la cama mientras que las caderas de ella hacían todo lo posible por abarcarle por sentir la penetración a lo más profundo. Era ella la que estaba follándoselo vivo, hincando su pelvis y su coño en su polla y no al revés. El tipo se agarraba a su culo y se dejaba hacer, lo que sin duda disfrutaba, con solo ver su cara, sus ojos… su respiración entrecortada. Luego, se posó sobre él, pegando su cuerpo desnudo al de su amante, sintiendo cada parte del uno pegada a la del otro, sus sexos, sus pechos, sus bocas, estaban completamente unidos, mientras un baile incesante les entregaba indudables oleadas de placer. Solo se oían respiraciones intermitentes y prolongados gemidos.

Ella abrió la boca, intentando capturar algo de aire, en un afán por controlar los espasmos de un orgasmo que no tardó en llegar, acompañándolo de múltiples pequeños alaridos. Estaba irreconocible.

A continuación fue el hombre el que aferrándose a sus dos enormes pechos, empujaba su pelvis para meter más profundamente su polla en el interior del sexo de mi esposa y tras unas cuantas fuertes envestidas correrse dentro de ella en innumerables espasmos.

Aquello me provocó un mareo que hizo caerme de la silla, pero fui incapaz de levantarme para seguir observando por más tiempo y sentir tanto dolor, preferí cerrar los ojos intentando asimilar todo aquello, algo que evidentemente no pude.

Sr. Juez, estos son más o menos los motivos y razones para haber tomado tan drástica decisión. Tras pensarlo detenidamente he convenido que lo mejor es quitarme del medio y abandonar este mundo que ya no es el mundo que quiero... Ruego no culpe a nadie de mi muerte, pero los motivos, son no precisamente los celos o la rabia, o quizás sí, pero yo creo que más bien la sensación de vacío, de sentirme sin nada. Tenga en cuenta que soy el único responsable de este hecho y también de los dos cadáveres que encontrará en la habitación 211 del hotel Sol, que aunque parezcan dormidos, han sido envenenados por un gas que emitió la cámara número 6.

¡Adios mundo cruel!



Querido lector, acabas de leer el decimosexto relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores.

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