viernes, 17 de mayo de 2013

Con su blanca palidez


 
Kalu entró al almacén, sin saber muy bien lo que esperaba encontrar dentro. De momento, sombra; empezaba a hacer calor. Avanzó por la nave hasta casi el final, sin ver a nadie y se sentó en un bulto. Le dolía el tobillo y estaba cansado. Y hambriento. Y sediento. Y… de repente, la nada le envolvió.

Le dolía la cabeza…

Intentó tocarse donde le dolía, pero no pudo: tenía las manos atadas a la espalda. Se revolvió y vio a un pálido mirándole ceñudo. Una pálida, más bien, que tenía en la mano una barra acabada en una pequeña ele puntiaguda; debía haberle golpeado con eso y ahora le miraba de hito en hito. Tuvo la impresión de que tenía tanto miedo como él y se asustó. «Los cobardes son los peligrosos. Nunca temas a un valiente» le había dicho el amo Tembo. Y encima, era una mujer.

Ella le habló, seria, en el idioma de los pálidos (de los pálidos de aquí, no en el de Andriy) y no entendió nada, claro. Mirando al suelo, para no provocarla, le dijo que no hablaba su idioma, pero la pálida tampoco debía conocer el suyo, porque volvió a hablarle en un tono más hostil que antes. Le respondió que se tranquilizara, que iba a portarse bien, pero ella seguía enfadada.

Cuando temía que volviera a golpearle, se sentó en el suelo y le inspeccionó el tobillo; luego, se levantó y se metió en una caseta. Kalu se dio cuenta de que estaba a punto de salirse de los pantalones, porque ella había utilizado para atarle la cuerda que usaba como cinturón, y trató de meterse en ellos. La pálida volvió, se sentó, tomó su pie y se puso a vendarle el tobillo. En un momento dado, le miró y sonrió. El color de su piel le recordó, inevitable y dolorosamente, a Andriy. Pero la sonrisa de ella no se parecía en nada a la de su amigo. Ésta era contagiosa y seductora, como la de él mismo.

¡Maldita sonrisa! Si el amo Tembo no se hubiera enamorado de ella, él seguiría en su casa —pensó—, y quién sabe cómo sería su vida ahora”… Pero el amo quedó fascinado por su sonrisa y le compró a sus padres. Sabía que no fue por dinero (aunque fue mucho), sino por miedo; el amo Tembo era un hombre poderoso y peligroso. Sus padres lloraron al verle marchar. “¿Qué habrá sido de ellos?”.

Era apenas un muchacho cuando se convirtió en el favorito del amo Tembo. El favorito de un capo de la mafia africana, casado y con hijos mayores que él, machista y presunto homófobo, aunque Kalusha sólo sabía que tenía familia, que era poderoso, cruel y posesivo, y que después se avergonzaba de lo que hacía con él. Después… Pero era su amo y había cuidado bien de él durante todos esos años. Incluso estaba convencido de que, a su modo, le quería. «Grandes hombres tienen grandes debilidades. Y tú eres la mía», le había confesado una vez.

Se sintió aliviado cuando le mató. Liberado. Pero pronto comprobó que la libertad es dura. Y cara. Y que él no estaba acostumbrado a valerse por sí mismo, no lo había hecho nunca; así que ahora añoraba el odiado harén en el que había crecido. Era aburrido, casi siempre. Y tenía que dejar que al amo Tembo se vaciara en él cuando venía, lo que algunas noches fue más un placer que un deber. Y sonreírle, sonreír siempre, con ganas o sin ellas, porque decía que su sonrisa le aliviaba su alma herida.

Pero en aquel chalet se sabía a salvo, protegido, custodiado, y no tenía que preocuparse por nada más. Con el amo, nunca pasó hambre, ni frío, ni tuvo miedo de los extraños, con los que nunca tuvo trato. Así había crecido, seguro en su prisión, y ahora la azarosa independencia le venía abrumadoramente grande.

Cuando acabó de vendarle, la pálida volvió a marcharse y regresó enseguida con una botella de un líquido azulado y una caja de galletas, a juzgar por lo que vio en la tapa. Atado como un animal, y con la sed que tenía, acabó por atragantarse con la bebida y le salió líquido por la nariz. “Aquello no era digno”, pensó; pero no se quejó.

Tras darle de beber, empezó a meterle galletas en la boca; eran bastante insípidas pero, con el hambre que arrastraba, le supieron a gloria. Pronto se puso a jugar con él como si fuera una niña, como hacía Andriy en ocasiones, o el amo Tembo cuando se drogaba; aunque cuando el amo Tembo se drogaba, a veces la cosa acababa mal… Pero ella no parecía drogada. No era una niña, pero tampoco era mayor. Le pareció joven, quizás fueran de la misma edad… o como mucho, de la de Andriy, pero no más.

Y su palidez… ¡cómo le recordaba a Andriy! Él también le ataba a veces, y alguna le alimentó también, atado, antes de alimentarse él de su manjar favorito… El recuerdo le provocó un amago de erección que procuró disimular como pudo.

El amo Tembo no les quería ‘femeninos’, les quería ‘hombres’ y les obligaba a machacarse físicamente, para no estar blandengues. «Mujeres, ya tengo en casa. Quiero notar que me estoy follando a un macho…», les decía. Por eso, tenían en el harén un gimnasio impresionante, digno de cualquier club, como único entretenimiento.

Hubo temporadas en que no estuvo solo en el chalet, pero nunca tuvo miedo de la competencia; al contrario, sabía que el amo lo hacía para que no se creyera demasiado imprescindible, pero estaba muy seguro de ser el favorito y no veía a sus eventuales compañeros como rivales. Excepto con Andriy. Debía ser como mucho un par de años mayor que él (a esas edades, dos años se notaban bastante) y era pálido, el único hasta entonces… y después.

Era orgulloso, fanfarrón y presumido, y se llevaron mal desde el principio. De su enconada rivalidad se beneficiaba el amo, que alimentaba esa competencia para obligar a cada cual a rendir al máximo. Pero había algo en aquel pálido, en su piel, en su forma de moverse, de mirarle, que le atraía y le desconcertaba.

Un día, después de una sesión de gimnasio en la que casi llegan a las manos, Kalu no pudo resistir la tentación de tocar la pálida piel de Andriy mientras éste se duchaba de espaldas a él. Éste se volvió, airado, y sus miradas se cruzaron. Cada uno reconoció en los ojos del otro el mismo deseo oscuro y turbador que le consumía, y todo estalló: la desnudez, el agua caliente, la piel suave, los labios trémulos, los cuerpos húmedos, las caricias urentes, todo conspiró para que ocurriera lo inevitable.

Los dos sabían que eran propiedad del amo, que era muy posesivo y que aquello podía costarles la vida, pero ese pequeño detalle sólo les hacía desearse más. Para su sorpresa, fue Andriy, más desarrollado y altanero, quien se ofreció a él, y Kalu averiguó lo que sentía el amo Tembo al poseerle. Y supo también por qué el amo quedaba tan complacido con su rival.

Éste, al salir, fingió ante Chaswe, el guardián que le custodiaba desde siempre, seguir con la bronca del gimnasio con tanto ardor que acabó hiriéndole en el labio. El vigilante, harto de sus peleas, los mandó a cada cual a su cuarto con cajas destempladas. Aquella noche no tuvieron visita del amo, pero el amanecer les sorprendió juntos, con Andrusha curando el maltrecho labio de Kalusha con su solícita saliva.

Ese fue el primero de infinitos amaneceres temerarios e impúdicos, en los que el sueño pugnaba con un deseo nunca extinguido, tras desquitarse del suplicio de fingir durante el día una enemistad que sirviera de tapadera a sus locuras nocturnas…

Acabadas las galletas, la chica intentó incorporar a Kalu, con lo que el pantalón, sin atar, se escurrió y sólo la semi erección de éste impidió que se quedara desnudo delante de ella. El amo Tembo llevaba su homofobia al extremo de asquearle profundamente no sólo tocar, sino ver siquiera el pene erecto de otro hombre, así que les hacía ir con unos slips que, blindando el paquete viril, dejaban libre acceso a lo que él deseaba de ellos, por lo que Kalu había crecido con un fuerte sentido del pudor (salvo con Andriy, claro está). La chica tiró del pantalón hacia arriba con tanto ímpetu que la costura de las perneras impactó contra el escroto de Kalu con violencia (acrecentada por el hecho de que el tiro del pantalón, incomprensiblemente, le llegaba casi a las rodillas), lo que terminó de desarmar el conato de erección.

Una vez de pie, sujetándose el pantalón con las manos atadas, pudo comprobar que el vendaje le sujetaba bien el tobillo, con lo que las molestias y la cojera casi habían desaparecido. Ella intentó desatarle, sin conseguirlo; pero volvió a la caseta y regresó con algo parecido a un cuchillo con el que cortó la cuerda y le ofreció en su lugar, como cinturón, una tira plástica que había cogido del suelo, que él aceptó. Era muy rígida, pero consiguió sujetar los pantalones con ella y evitar que se le cayeran.

La joven le condujo entonces hasta un montón de botellas envasadas en bloques y otro de cajas que, al parecer, contenían estuches de galletas como las que acababa de comer, y se señaló a ambos, ofreciéndole todo aquello. O más bien, ofreciendo compartirlo.

Aquello era mucha comida, y nadie da nada por nada —se dijo—… ¿Dónde estaba el truco?” Los absurdos pantalones que llevaba eran la prueba de que no debía fiarse de la aparente bondad de nadie. Aquel gordito pálido parecía inofensivo y bonachón, pero tuvo que dejarse dar por el culo para poder comer aquella piltrafa nauseabunda. Intentar masticar aquellos tasajos inmundos mientras aquel pene desproporcionado profanaba su retaguardia, ante las risotadas de aquellos otros dos colegas que esperaban su turno… Prefería olvidar cómo acabó aquella desdichada aventura, su último contacto con seres humanos hasta esa mañana.

Su anfitriona empezó una complicada conversación por señas, en la que él creyó entender que quería lavarse en un río. Y la verdad es que le hacía falta: no sólo estaba sucia, sino que olía de un modo que Kalu no sabía identificar; pero de algo sí estaba seguro: no era un olor agradable. Ya sabía que los pálidos olían diferente, pero el de Andriy hasta le excitaba, mientras éste le recordaba al del gordito.

¿Eso era todo? ¿Sólo quería que la condujese al río? Kalu la miró a los ojos y decidió arriesgarse y confiar en ella. Pudo haberle matado y, en vez de eso, le había curado y alimentado; parecía dispuesta a cuidar de él. Era una mujer y el amo Tembo, que las conocía bien, las despreciaba; él apenas recordaba ya a su madre y no había tenido trato con ninguna, pero había algo en aquella pálida que le infundía confianza. Quizás fuera su sonrisa… Como un gato, decidió adoptarla como ama. Después del hambre pasado, por lo menos con ella tendría comida…

Se arrepintió mil veces de haber rechazado, arrogante, el palo que le había ofrecido antes de salir. El vendaje le había aliviado tanto que había sobreestimado sus posibilidades, y ahora estaba pagando las consecuencias. La torcedura de tobillo que arrastraba desde la azarosa huida del gordito y sus secuaces, le había mermado facultades de forma estúpida pero significativa. Ahora que no tendría que seguir vagando buscando comida, esperaba poder recuperarse. Así, si ella le necesitaba para defender sus provisiones, o para lo que fuera, podría contar con él. Pero cojo, no iba a ser de mucha ayuda…

Cuando el amo Tembo se presentó de día en el chalet a buscarle y le llevó con él, le contó vagamente que algo muy grave había pasado, o más bien, iba a pasar: que los dioses les habían castigado y el cielo iba a aplastarlos pronto a todos, y que todo el mundo se había vuelto loco al conocer la sentencia, y tenían que huir… “¿Adónde?” había preguntado Kalu, pero el amo nunca respondió. Primero en furgoneta y, cuando se acabó el combustible, a pie, el amo fue matando a todo el que encontraba en su camino, hombre, mujer, niño, para quedarse con la comida, que muchas veces ni siquiera existía. «Da igual. Menos competencia…», decía.

Kalu estaba horrorizado y halagado a partes iguales. Tembo era tan despiadado como le había conocido siempre, pero había ido a buscarle a él. No sabía adónde iban, pero sabía que iba con él. Ni con su mujer ni con sus hijos: con él. Le había elegido a él, a ‘su debilidad’… Le quería, quizás le había querido todo el tiempo, a su manera. ¿Y él? La ambivalencia que había sentido siempre por el amo Tembo se agudizó. Afecto, temor, rencor, ternura y admiración se mezclaban de tal modo que ni él mismo sabía lo que de verdad sentía cuando le sonreía como el amo esperaba que lo hiciera.

El sexo fue escaso pero intenso, en esos días. Convivir, mostrarse como un hombre, también con sus momentos bajos, y no sólo como el amo siempre dominante, humanizó a Tembo, que empezó a tratarle casi como un amante, no como un objeto. Ya no le poseía como cuando estaba en el harén; casi le hacía el amor, como él con Andriy…

Éste le había preguntado una vez si le gustaba que el amo le poseyera, y había tenido que confesarle que al principio, no; pero que conforme había ido creciendo se había ido acostumbrando y que ahora casi siempre se excitaba y lo disfrutaba. No como cuando estaban ellos juntos, pero lo disfrutaba. “Entonces eres ‘una mujercita’, como yo; no un hombre. A los hombres le gusta hacerlo con mujeres, y a las ‘mujercitas’ les gusta con otros hombres”. “Entonces, ¿el amo Tembo es una ‘mujercita’, también?”. “No, él es cuenta aparte; él es tan macho que no tiene bastante con las hembras… Hay ‘mujercitas’ como tú, y las hay como yo; pero en el fondo es lo mismo. Y tú, que disfrutas de las dos formas, lo eres incluso más que yo…”.

Así que Kalu aceptó lo que era, porque de algo estaba seguro: le gustaba Andriy… con locura. Incluso muchas veces disfrutaba con el amo. Por tanto, asumió que era ‘una mujercita’ y que le gustaban los chicos, no las chicas.

No tenía ni idea de sexo con mujeres y se preguntó inquieto qué pasaría con su nueva ama… “Si ella quería algo, lo tomaría —se dijo—. Es lo que hacen los amos”… Pero sentía que no iba a ser capaz de satisfacerla y no quería despertar su ira; aunque, por lo sucedido con su pantalón, no parecía tener mucho interés en él. No pudo evitar sentirse aliviado de su desinterés… Según la imagen que de ellas le había transmitido el amo Tembo, quizás no había sido una buena idea adoptar a una mujer como ama, pero tampoco había mucho donde elegir, y ella tenía comida…

Por fin llegaron al río. Le había parecido más profundo cuando él lo cruzó, pero debió ser en otro punto. El ama se descalzó y entró en el agua, así que él la imitó. Por su cuenta, se despojó de la camiseta del secuaz del gordito, que le venía pequeña. La chica salió del agua y se quitó los pantalones, para volver al río y sentarse en la corriente. Ella llevaba bragas, pero él no llevaba nada, y ella lo sabía… Salió del agua y se quitó el pantalón, sin tener claro si era eso lo que el ama esperaba, y volvió al río dándole la espalda. Se sentó y se volvió a mirarla y comprobar si había acertado. Por su expresión, dedujo que no, pero que se lo perdonaba.

Ella salió otra vez, cogió un frasco de su bolsa y volvió al agua, sentándose muy cerca de él. Tras unos momentos de incertidumbre, se despojó de la prenda que le cubría el pecho, y sus tetas aparecieron ante él, bamboleándose muy levemente, aún más pálidas que el resto de su cuerpo, casi lechosas…

Andriy quería tener tetas.

Kalu hablaba en su idioma materno con el amo y con Chaswe, los únicos seres humanos con los que se comunicaba desde que llegó al harén. En la escuela había aprendido algo de francés, pero apenas se acordaba ya. En el harén no tenía libros, ni maestros, ni deberes; sólo gimnasio. Para lo que el amo quería de él, no necesitaba estudiar. Chaswe tenía televisión en su cuarto, pero a él no le dejaban verla. “Tú no entiendes este idioma” le decía; y era cierto. Sin embargo, le gustaba espiar la televisión, cuando tenía ocasión. No entendía lo que decían (muchas veces, ni lo oía), pero era menos aburrido que estar en su habitación sin hacer nada…

Andriy hablaba ucraniano, un idioma extraño que incluso se escribía diferente, pero demostró tener una facilidad pasmosa para aprender el de él. El caso es que el amo le ordenó enseñarle su idioma y él, a fingidos regañadientes, obedeció. Las clases se convirtieron en un delicioso martirio, cuando Chaswe no les veía. Besos robados, caricias furtivas, ese juego inocente y perverso de excitar al otro, evitando excitarse demasiado uno mismo; todo servía para hacer más insoportable la espera de la noche… y más acuciantes las urgencias en su reencuentro clandestino.

Pronto pudieron hablar, comunicarse y, al irse conociendo, su pasión casi animal evolucionó hacia algo mucho más profundo. A Andriy le gustaba dibujarle corazones con el dedo en cualquier parte del cuerpo, especialmente cuando el deseo se había saciado. Así que no significaban “te deseo”, sino algo más. A Kalu le parecía un gesto ñoño, fingía desdeñarlo y no correspondía nunca, pero la verdad es que le gustaba sentirlo y lo extrañaba cuando no se lo hacía.

Así, entre corazones efímeros, supo que Andriy se sentía una chica, no un chico. Quería ser una chica, no tener esa ridícula virilidad casi infantil que le colgaba siempre inerte, y que odiaba. Incluso había elegido ya el nombre para cuando lo fuera: Nadiya, que significaba ‘esperanza’. Porque tenía la esperanza de que un día sería una chica, se vestiría como ellas, se pintaría como ellas, cosas que en el harén no podía hacer; el amo le mataría si lo intentaba…

Kalu no lo entendía, no le cabía en la cabeza que, siendo chico, quisiera ser ‘femenina’ (fútil, según el amo), pero lo aceptaba con resignación; le quería como era, adoraba hasta sus defectos y le encantaba oírle fantasear con su vida como Nadiya. Se operaría, se cambiaría de sexo (¿de verdad se podía?). Sería una mujer ‘completa’ (y le brillaban los ojos cuando lo decía). Y tendría tetas. Unas tetas mayores que las que Kalu recordaba de su madre.

Unas tetas mayores que las que ahora tenía delante.

Se dio cuenta de que el ama le miraba, visiblemente molesta. Se había abstraído recordando a Andriy mientras contemplaba las primeras tetas que veía y a ella no le había gustado. Tomó nota. Ya llevaba dos fallos, y sabía lo que ocurría con el amo Tembo cuando alguien cometía un tercero…

Procuró imitarla y lavarse el pelo como su ama, hasta que la muchacha se tumbó en la corriente, de la que sólo emergían su cara y sus tetas. “Con los ojos cerrados —pensó—, su rostro tenía un aspecto relajado. Era de facciones suaves, no duras como Andriy, pero esa misma suavidad le daba un cierto encanto. Y sus tetas, ¿por qué querría un chico tenerlas? ¿Qué se sentía teniéndolas? O tocándolas”… Cuando subió la vista a su cara otra vez, ella tenía los ojos abiertos y le miraba intensamente. Tercer fallo…

El ama se incorporó de golpe y le salpicó agua con los brazos, pero con una expresión maliciosa que le recordó a Andriy y a sus tontos juegos salpicándose en las duchas. Instintivamente, hizo lo mismo y se enzarzaron con entusiasmo en una batalla infantil, hasta que le entró jabón en los ojos y se tumbó a aclararse el pelo. “Estaba jugando —pensó aliviado de haber evitado el terrible castigo que temía—. Al fin y al cabo, eran de edad muy similar… El ama estaba jugando, pero ¿a qué?”. Se sintió más perdido que aliviado.

Cuando se incorporó, ella se estaba lavando el cuerpo, así que la imitó. Le vio hacer unos movimientos extraños y supo que se estaba quitando las bragas. Vio pasar algo e, instintivamente lo cogió. Eran gasas (varias juntas), de las de curar heridas, pero no parecían tener trazas de sangre ni yodo… ¿de pus, quizás? El ama le hizo signos de que las tirara, y obedeció al instante. “¿Dónde estaba herida? —pensó—. ¿Era grave?”. Si estaba herida, parece que no quería que él lo supiera.

Tenía ganas de mear y, aunque estaba aguas abajo de ella, le pareció una guarrada mearse en el agua. Así que, aprovechando que estaba de espaldas lavando las bragas, se levantó y salió del río por la orilla opuesta a donde tenían las cosas. Nada más pisar tierra, un estrapalucio le hizo volverse, para descubrir a su ama en la orilla opuesta, enarbolando su barra, furiosa. Creyó que les atacaban, pero no vio a nadie y se dio cuenta de que ella le miraba directamente a él… “¿Qué había hecho mal, para enfurecerla así?”, pensó asustado.

Hasta que la muchacha no se tapó la entrepierna con la mano no se dio cuenta de que estaba completamente desnuda. Su rostro le pareció ahora de vergüenza, más que de enojo, y la actitud agresiva se había evaporado. Por pudor, él se volvió de espaldas y decidió seguir con lo que había ido a hacer: anduvo unos pasos hasta una mata, y se puso a mear. La oyó entrar al agua y cuando volvió la cabeza, se había sentado de espaldas, como antes. Volvió tranquilamente al río y se sentó de nuevo a esperar acontecimientos.

Tenía algo de sed, pero aguardó a que ella aclarara su prenda antes de beber. Al segundo sorbo, su ama gritó y le dio un manotazo, poniéndose a gesticular y chillarle, de rodillas ante él. Nunca había visto una mujer desnuda; era el primer pubis que veía del que no salía ni colgaba nada. Recordaba muy vagamente cómo eran las niñas, de niño, pero su tenue recuerdo infantil no tenía nada que ver con la rotunda visión que tenía ante sus ojos.

Le asaltó el temor de que el ama le exigiera sexo; no creía que pudiera dárselo, porque él era ‘una mujercita’: a él le gustaban los hombres, no las mujeres. Pero el vértigo de tenerla desnuda tan cerca le recordó al que le hacía sentir el cuerpo de Andriy a veces… Ella se encargó de sacarle de su abstracción tomándole de la barbilla y obligándole levantar la cabeza y mirarle a los ojos. Echaban fuego y le gritó a la cara algo que no debía ser amable. “¿Tanto la había ofendido por mirar lo que ella había puesto delante de su vista?”, pensó. Y ahora no estaba jugando…

El ama salió, desnuda, y fue a su bolsa de la que sacó una botella de agua azul, la abrió y bebió. Se acercó a él con la botella en la mano y se la ofreció. Echó un trago, y lo escupió al instante; estaba caliente y el sabor era empalagoso. Prefería la del río, pero ella le hizo gestos que él interpretó como una amenaza de muerte, así que acató la orden, bebió de nuevo y le devolvió la botella. Refunfuñando, la dejó en la orilla, a la sombra, y volvió a la bolsa de la que sacó la caja de galletas y cogió un par.

De una patada, le tiró su camiseta, haciéndole gestos de que la lavara; ella cogió la prenda que se había quitado y se metió al río de nuevo. Llevaba una galleta en la boca y puso en la de él la otra, antes de sentarse y ponerse a lavar. Kalu la imitó maquinalmente, profundamente afectado. Cada vez estaba más desconcertado y entendía menos los bruscos cambios de la mujer. Con razón el amo hablaba de ellas como hablaba… El gesto cariñoso de darle la galleta no mitigaba la gravedad de su anterior amenaza, que le trajo recuerdos aciagos…

El amo Tembo no los usaba nunca a la vez, pero aquella noche estaba eufórico y le apeteció que se la chuparan al alimón, tras hacerles esnifar algo de coca; el amo no esnifó con ellos, ya venía bien servido. Andriy era un excelente felador, como bien sabía Kalu, pero a él no le gustaba demasiado. Sin embargo, aquella vez se esmeró como nunca. Tumbado boca arriba, con las manos tras la nuca y los ojos cerrados, el amo no se percató del adorable suplicio que supuso para los dos muchachos disputarse su virilidad, mientras sus labios y sus lenguas se rozaban inevitablemente, aunque intentaran no hacerlo. Era demasiado peligroso…

La mamada fue antológica, y al amo Tembo acabó por correrse como un primerizo. Se dijo que era una gran idea ponerlos a competir juntos. Les hizo limpiarle y ponerle otra vez a tono. Incluso acabó tomándolos de la cabeza y haciéndoles juntar sus bocas y sus lenguas hasta envolver su convaleciente polla. Estaba seguro de que les daría asco y eso le supuso un placer añadido.

Cuando estuvo de nuevo en condiciones, eligió a Kalu para que se sentara sobre él y se follara solito con su polla, mientras Andriy esperaba su turno. No era la primera vez que el amo Tembo le requería algo así, pero hacerlo delante de su rival/amante le daba un morbo especial. Estaba tan excitado que su pene le hacía daño, encerrado en el exiguo y mojado slip. Se insertó la polla de su amo sentándose de cara a él, quería ver su rostro cuando lograra hacerle aullar de placer y dejar claro quién era el favorito…

La arrogancia se alió con la coca para hacerle cometer un error fatal: emular el arma secreta de Andriy, esa contracción aparentemente arrítmica de su esfínter que convertía cada penetración en algo único, como bien sabía, y que a él le volvía loco. No lo había hecho nunca antes, pero aquella noche lo intentó… y lo consiguió casi enseguida, no con la perfección de su rival, pero sí con el suficiente arte como para provocar en su amo un rictus de satisfacción que colmó su vanidad.

Y de repente, se desató el infierno: el amo Tembo se percató de que era Kalu y no Andriy quien estaba haciendo aquello y, aun bajo los efectos de la droga, su suspicacia le alertó: “¿Cómo conocía Kalu las habilidades de su rival?”. Sólo había una manera…

De un empujón, se deshizo del muchacho, se levantó y fue a por su pistola. «¿Cómo has aprendido a hacer eso? ¿Quién te ha enseñado?», bramó. No hizo falta que ninguno respondiera, ambos llevaban la culpabilidad escrita en la cara. «¡Tú se lo has hecho a él, así lo ha aprendido! ¡Le has dado a él lo que es mío! ¡Mío!», le gritaba a Andriy mientras le golpeaba salvajemente con todo, pistola incluida. El muchacho, sangrando por varios sitios, se hizo un ovillo, tratando de protegerse, colocándose en posición fetal. El amo, de un golpe brutal, intentó insertar la pistola en el ano del chico. «¡Esto era mío!».

Y disparó.

El estruendo acabó de aturdir a un aterrado Kalu, que vio cómo su amante quedaba súbitamente desmadejado y su amo se dirigía hacia él. Ni siquiera intentó cubrirse de los golpes, sólo esperaba el final, deseando que fuera rápido. No pudo evitar volver el rostro cuando aquel enorme ojo metálico miró a los suyos, y sintió el cañón todavía caliente rozar varias veces su sien, dubitativo. El ruido del disparo le dejó sordo y el fogonazo le quemó la mejilla. Sólo el dolor le decía que seguía vivo. Nunca supo el tiempo que permaneció así, arrodillado sobre la cama, sentado sobre sus talones, llorando encorvado con las manos en la cara, esperando el siguiente disparo que nunca llegó.

Chaswe le devolvió a este mundo, tocándole en el hombro. “Lo sabía, lo sabía…” musitaba mientras tiraba del cuerpo de Andriy, arrastrándolo fuera. Tratando de asimilar lo ocurrido, Kalu se quedó mirando la mancha de sangre en el suelo con una extraña lucidez, pero emocionalmente anestesiado. Estaba solo, la ropa y los zapatos del amo habían desaparecido. Buscó la suya y se vistió también. Cuando estaba acabando, sonó un disparo fuera. Imaginó que Chaswe había pagado por su lenidad, pero para su sorpresa, éste se presentó al poco tiempo con un cubo y una fregona. “¡Límpialo!” le dijo. Y se marchó. Fue la última vez que lo vio; a la mañana siguiente había un nuevo vigilante.

Mientras fregaba, ató cabos respecto al último disparo oído. ¡Había sido el tiro de gracia! Andriy había estado vivo, agonizando a unos metros, mientras, cobarde de él, sólo había sido capaz de llorar por sí mismo. Su estupidez le había matado y además, le había dejado morir como un perro. Podría limpiar la sangre del suelo, pero no de su alma.

La primera vez que el amo Tembo volvió tras aquella noche funesta, estuvo inusualmente amable. Serio, adusto casi, pero amable, lo que desconcertó a Kalu, que procuraba sonreírle como el amo esperaba. Cuando terminó y se recuperó, se sentó y le hizo sentarse a él, para hablar ‘de hombre a hombre’. En un tono conciliador, casi paternal, le manifestó su comprensión y le ofreció ‘visitas’ con las que aliviar sus necesidades ‘de hombre’… «Pero no se te ocurra volver a tocar lo que es mío, porque te mataré —añadió, esta vez con su habitual tono intimidatorio. Él bajó la vista y el amo, dándole un codazo de complicidad, añadió amistoso—: ¿Quieres chicos? ¿Chicas?».

Puso tal cara de sorpresa de que el amo le ofreciera chicas, cuando Andriy las había descartado del menú, que éste dijo: «Vale, chicos pues…», y Kalu creyó notar un deje de decepción en sus palabras, pero estaba demasiado sorprendido por la inesperada actitud de su amo. Sólo después, cuando repasó a solas lo ocurrido, comprendió que el amo se había tomado su affaire con Andriy como un mero desafío hacia él… y que ahora le respetaba por haber tenido el valor de desafiarle.

Había cometido el pecado de jugar con su juguete, y por eso había roto el que él había mancillado, pero en el fondo estaba orgulloso de él y, en premio, ahora le ofrecía otros para entretenerse y que no tocara los suyos. “¿Cómo hacerle entender que para él, Andriy no había sido ningún juguete?”, se preguntó Kalu. Pero era una pregunta retórica; sabía bien que perdería el respeto que se había ganado a un precio tan alto (y quizás la vida) si lo intentaba…

A los pocos días, el sucesor de Chaswe le trajo una ‘visita’: un muchacho de su edad, pálido como Andriy. Kalu fue incapaz de acercarse siquiera a él y le rechazó violentamente cuando el chico intentó acariciarle. Al borde de la histeria, lo echó y le dijo al guardián que no quería más ‘visitas’. Sin Andriy, el sexo perdió todo aliciente para él. Dejó de excitarse con el amo Tembo, aunque procuraba complacerlo como siempre; incluso se acostumbró a ejecutar el ‘arma secreta’ de Andriy, que el amo le exigió a partir de entonces, sin sentir nada especial al hacerlo. Se masturbaba a solas cuando ya no podía evitarlo y lo hacía con furia; la mayoría de las veces sentía más dolor que placer al correrse…

Kalu salió de su abstracción y se dio cuenta de que estaba llorando ante su ama, que le miraba con ternura y le sonreía con la misma sonrisa franca con que le había ganado en el almacén. Se preguntó si sabría fingirla como él, mientras se limpiaba las lágrimas. Ella le salpicó con el pie. Estaba jugando de nuevo… ¿La había interpretado bien, de verdad le había amenazado de muerte? Devolvió el ataque y empezaron una nueva batalla, riendo como críos. No, sin duda la había malinterpretado. Aquellas risas ingenuas tuvieron la virtud de disipar de su espíritu los siniestros recuerdos que lo habían nublado.
Ahora tenía un ama nueva, que no le amenazaba de muerte, sino que jugaba y reía con él. Se dijo quedebia dejar atrás el pasado y centrarse en ella.

Fingiendo ponerse seria, le ordenó seguir lavando su camiseta y él obedeció aparentando formalidad, aunque a ambos les costaba contener la risa. La muchacha acabó primero y salió a tender su prenda, sin ocultar su desnudez, lo que volvió a incomodar a Kalu de una manera extraña, porque se suponía que debía dejarle indiferente. Pero se sorprendió a sí mismo acechándola con disimulo, para no ofenderla. Notó que sentía algo más que curiosidad por el cuerpo desnudo de su pálida ama…

Ella cogió sus calcetines y arrastró los de él hasta la orilla, dejándole claro cuál era la siguiente prenda a lavar. Cuando él terminó de aclarar su camiseta, salió a tenderla, pero teniendo cuidado de no mostrarle su sexo. De vuelta, lo tapaba con sus manos hasta que llegó a donde estaban sus calcetines y se agachó a cogerlos. Sus miradas se cruzaron un instante y él vio con nitidez la guasa que había en los ojos del ama. Ella no había tenido ningún recato en mostrarle su sexo y ahora se estaba riendo del pudor de él: quería que se lo enseñara, y esa certeza mejoró el aspecto de lo que su ama quería ver.

Reuniendo valor, se puso en pie y quedó desnudo ante la joven, que lo miró con indiferencia, seguramente fingida. Mientras entraba en el agua, sintió que disfrutaba mostrando su desnudez y que deseaba provocarle a su burlona ama el mismo interés por su cuerpo que había logrado suscitar el de ella en él. Y algo en su expresión le indicó que quizás lo había conseguido…

Siguió un intercambio de miradas y sonrisas que Kalu tomó como un galanteo en toda regla y que prefirió ignorar, más que nada porque le aterraba la posibilidad de que ella acabara exigiéndole lo que él no podía darle. Le daba vergüenza confesarle que era ‘una mujercita’, y pánico cómo se lo iba a tomar.
Sabía que estaba cometiendo un grave error al prestarse a aquel juego absurdo que le iba a llevar de nuevo al desastre pero, por primera vez en mucho tiempo, le apetecía jugar. Además, era agradable sentir que despertaba el deseo del ama, aunque supiera que no podía satisfacerlo. Y bueno, desastre parecía ser su segundo nombre… Para su alivio, ella se puso a canturrear (sin mucho arte) algo rítmico, perdiendo interés en él.

Cuando el ama se levantó a tender sus calcetines, él observó de nuevo su cuerpo con disimulo; le encandilaban sus redondeces y le turbaban sus vacíos. Ella tomó un par de galletas y fue hasta él, dándole una, como la otra vez. Tenía la parte que más le azoraba a dos dedos de su cara, así que levantó la vista, más para aplacar su desazón que para no ofenderla como la otra vez, pero ver sus tetas desde abajo, a esa distancia, tampoco le alivió demasiado.

El ama se puso a hablar en un tono serio, casi solemne, que le hizo bajar la cabeza, sólo para comprobar, ante su pasmo, cómo restregaba su pubis contra el rostro de él. Sentir el vello púbico de ella enredarse con su barba tuvo en su pene un efecto tan inesperado como demoledor. El ama retrocedió un par de pasos y se quedó en la orilla, esperando su reacción.

Kalu se sintió aterrado. Estaba claro que la muchacha quería lo que él sabía que no podía darle, porque era ‘una mujercita’… Pero entonces, ¿por qué sentía esa zozobra? ¿Por qué, en el fondo de su ser, deseaba poder dárselo? Y su pene también parecía querer… Ella le hizo reaccionar, empujándole y haciéndole caer de espaldas. Cuando se incorporó, había salido por la otra orilla y estaba donde él se había puesto a mear, haciéndole señas de que se acercara.

El muchacho se puso de pie, miró su pene cuasi morcillón y decidió intentarlo. Total… Tiró sus calcetines a la orilla donde estaban sus ropas y se acercó a su ama. A lo que estaba a un par de pasos, ella echó a correr y él fingió caerse al perseguirla; el tobillo le seguía molestando y no le apetecía correr descalzo. La treta surtió efecto: la fugitiva se aproximó y se arrodilló a examinar su tobillo. Él reunió valor y palpó una teta. Le encantó su suavidad y le maravilló su consistencia. Sin dejar de acariciarla, rozó con la yema del pulgar su abultado pezón y su rugosa areola y comprobó en su pene cuánto le gustaban aquellas sensaciones increíbles.

El ama se retiró de golpe y le dio un manotazo. Él la miró, asustado, pero su rostro no denotaba enfado, sino picardía; antes de que pudiera reaccionar, la joven le besó y salió corriendo. La fetidez del aliento no impidió que la olvidada sensación del roce de otros labios en los suyos le estremeciera. Al ponerse de pie, ella señaló riéndose a la entrepierna de Kalu y éste se percató de su erección. El ama parecía contenta con ella… y él, más.

Andriy debía estar equivocado, porque aunque él no fuera como el amo Tembo, sentía que aquella mujer le gustaba y, sobre todo, le gustaba que le gustara… Sentir su erección y saber que era ella la que la provocaba, le llenó de gozo; era estupendo sentirse ‘macho’, no ‘mujercita’, y confiar en que podría darle a su ama lo que ella quería… Porque ella quería… ¿o no?

Kalu no acababa de entender su actitud. Sabía que estaba jugando, se le veía contenta y parecía tan encantada como él de excitarle y notar los efectos de sus provocaciones cada vez más audaces. Le recordaba los juegos con Andriy a escondidas de Chaswe cuando le enseñaba su idioma, sólo que estos eran sin tapujos, pero si ella era el ama… ¿por qué le negaba lo que le ofrecía, para volver a ofrecérselo un instante después, cuando nadie les prohibía satisfacer su apetito?

Porque eso era exactamente lo que estaba pasando desde hacía un buen rato, desde que empezó aquel carrusel de persecuciones y fintas. Ella le encelaba con pequeños roces y caricias, pero sin dejarle nunca saciarse. En una ocasión había conseguido sujetarla, abrazarla y besarla durante unos segundos, sentir labios contra labios, pecho contra pecho, vientre contra vientre, muslos entre muslos… Pero la muchacha se había escurrido de su abrazo como un pez y había vuelto a huir de él, dejándole con más ganas que antes, a pesar de su aliento.

Le dolía el tobillo. Y los testículos, del rato que llevaba excitado, sin descargar. ¿Hasta cuándo iba a durar aquel juego? La tenía medio acorralada, pero se sentía fatigado y se apoyó en un árbol a descansar un poco. La postura le trajo recuerdos que prefería olvidar…

El amo Tembo llevaba dos días enfermo y estaba cada vez peor. Por eso, cuando le llamó pidiéndole ayuda para incorporarse y, recostándose contra un árbol como aquél, le tendió la pistola, supo sin palabras lo que le ordenaba. «Apunta bien. Sólo queda una bala», le dijo mientras con sus manos delimitaba en su pecho la posición de su corazón. Quería morir de pie, de un tiro en el corazón. Como los hombres.
Kalu miró a su amo a los ojos, amartilló la pistola, y disparó… a su entrepierna. El amo Tembo cayó al suelo retorciéndose y llevó sus manos a la zona, que se había cubierto de sangre. Sus alaridos ahogaban las maldiciones. El muchacho, extrañamente sereno, se arrodilló ante su amo y le dijo con voz neutra: “Por Andriy”… y, con una frialdad de la que nunca se habría creído capaz, tomó la pistola por el cañón y a pesar de quemarse con él, empezó a golpear, con decisión pero sin saña, la cara del hombre hasta desfigurarla. Cuando el amo dejó de sacudirse y tuvo la certeza de que todo había acabado, se sentó en el suelo y, tomándole de los hombros, recostó la cabeza en su regazo y se echó a llorar, abrazando el cadáver.

Estuvo así mucho rato, llorando en silencio y cuando acabó, no se sintió mejor. El amo era un ser cruel y perverso, él lo sabía mejor que nadie; pero era un hombre y merecía morir como tal, y había confiado en él para morir así. Pero había muerto como un eunuco, retorciéndose por el suelo como un reptil. Había traicionado a un hombre más hombre de lo que él sería nunca, a un hombre que le quería; a su manera, pero le quería… y ¿para qué? Para nada. Andriy estaba muerto, y muerto seguiría.

Los dioses le castigarían por su traición, seguro. “Bueno —pensó displicente—, los dioses iban a castigarlos a todos; según el amo Tembo, el castigo ya estaba en camino, así que… Pero, ¿cómo iba a aplastarlos el cielo?”. No es que creyera que el amo era estúpido, pero aquello le sonaba a fábula para niños, aunque había podido comprobar que todo el mundo parecía darla por cierta. No lo entendía, pero en cualquier caso, acababa de matar a la única persona que podía explicárselo mejor.
Ya no tenía amo. Estaba solo.

“¿Qué había sido de su decisión de dejar atrás el pasado y centrarse en atender a su nueva ama?” se dijo Kalu mientras observaba cómo la muchacha se acercaba contoneándose voluptuosa y mirándole con una sonrisa aviesa, lo que terminó de disipar la espesa niebla que había cubierto su ánimo hacía poco y revitalizó su decaída virilidad. Cuando llegó hasta el chico, atrapó su floreciente pene y le condujo de él hasta una piedra grande, andando de espaldas. En el trayecto, sus manos amasaron las tetas de ella, para regocijo de ambos. Al llegar a la roca, el ama se dejó caer hacia atrás, arrastrándole a él encima. El juego de fintas había acabado. Empezaba el combate cuerpo a cuerpo…

La presión de sus tetas contra su pecho le encantó, aunque prefería sentirlas en sus manos. Las estrujó lateralmente y ella le dijo algo turbador con una voz que le subyugó. “Intentaré complacerte, ama; enséñame”, le contestó él, más que predispuesto. Intuía que le estaba dando instrucciones de lo que quería que hiciera, pero él no la entendía; sólo captaba su anhelo, que no sabía cómo satisfacer. El deseo en la voz de la muchacha era cada vez más apremiante, pero él ignoraba de qué, así que acabó besándola para que callara.

Le pareció que los besos del ama no eran gran cosa, y su aliento… Andriy le había enseñado a besar y él había aprovechado bien las lecciones, pero el amo no les besaba nunca en la cara, así que no había practicado desde… Ignorando su aliento, se puso a demostrarle a la joven lo que sabía hacer con los labios y la lengua. No debía ser eso lo que le había ordenado, porque pareció sorprendida al principio… pero complacida después.

Le fascinaban sus pezones, que notaba duros como guijarros entre sus dedos; eran mucho más grandes que los de Andriy y se preguntó si el ama le permitiría alguna vez besarlos, sorberlos, mordisquearlos, como a los de su amigo. Las tetas de las mujeres son para los bebés, lo sabía, pero… ¡le apetecía tanto! Por un instante, deseó ser amo y hacer con ella lo que quisiera. Iba a darse un festín devorando aquellas tetas, si pudiera…

A la deriva en un mar de sensaciones nuevas y olvidadas, intensas y deliciosas, apenas se dio cuenta de que la diestra mano de la chica había pilotado su nave rumbo a la terra incognita, embocando la quilla entre sus mojados acantilados, hacia una gruta ignorada… Al notarlo, le invadió un miedo pánico y rompió el abrazo, incorporándose algo para poder mirarla a la cara. Estaba seria, esperando tensa, casi impaciente. Era el momento de la verdad: su ama le estaba examinando… y él no tenía ni idea de qué iba el examen.

Empujó con miedo su glande en aquél húmedo y cálido conducto hasta topar con un obstáculo inesperado y se paró, sin saber qué hacer. La miró, buscando instrucciones, pero ella tenía los ojos cerrados; cuando los abrió, sólo vio en ellos extrañeza e insatisfacción. A falta de respuestas, supuso que era un esfínter, como su ano, y procedió a dilatarlo con cuidado. Lubricado estaba, así que debía ser cuestión de ir poco a poco…

El ama, contrariada, le tomó de las caderas y, de un decidido empujón, se clavó su polla hasta el fondo, dando un grito salvaje que le heló la sangre. Sabía por experiencia el daño que hace una penetración sin la dilatación adecuada y el sufrimiento que desencajaba el rostro de la joven, más pálido que nunca, daba fe de que, ahora, ella también. Estaba claro que había suspendido el examen…

Ante su pasmo, el ama le sonrió, perdonándole, y le abrazó como si nada. Él la besó con gratitud; le daba otra oportunidad y no pensaba desaprovecharla… Con el susto, no se había dado cuenta de que tenía su pene enfundado en algo suave y cálido que oprimía por igual su glande y su verga. La sensación era fantástica, muy distinta a la del culo de Andriy, pero sumamente grata. Se movió un poco y la sensación incluso mejoró. La húmeda suavidad del roce, la presión uniforme… Acogedora. Si tuviera que definir aquella experiencia con una palabra, elegiría esa: acogedora.

Quería complacer a aquella mujer, hacerla gozar, así que fue incrementando el ritmo de sus movimientos. Si a él le daban tanto placer, también se lo darían a ella… Su entusiasmo hizo que, en sus arremetidas cada vez más frenéticas, su polla se saliera del guante que la acogía y, para su desesperación, no acertara a enfundarla de nuevo. Tuvo que ser ella quien volviera a introducir otra vez el falo en su recóndito interior y de nuevo lo hizo de golpe, aunque esta vez no notó ningún obstáculo ni ella chilló. Abrazándole con sus piernas, clavó sus talones en el culo de él, inmovilizándole.

Parecía más decepcionada que enfadada. Debía haber cometido una torpeza muy grande al dejar que se le saliera. Con Andriy le había sucedido alguna vez, pero él no se había enfadado, incluso le había divertido… Pero había encontrado fácil el camino de vuelta. ¿Qué le había decepcionado así: que se le saliera o que no supiera volver a entrar? Ahora ya, daba igual: su ama le había dado otra oportunidad y él la había desperdiciado… Quizás le venía grande ser ‘macho’, quizás tenía razón Andriy y las ‘mujercitas’ como él no servían para eso. Le entraron ganas de llorar.

Pero la contrariedad del ama cesó pronto. Antes de que se hundiera en su llanto, ella volvió a sonreírle, perdonándole otra vez y limitándose a indicarle por señas que tuviera más cuidado. “Había escogido una buena ama”, pensó mientras recuperaba el ánimo. Comprensiva y bondadosa, no como el amo Tembo. Se prometió a sí mismo no decepcionarla más.

Empezó a moverse con cuidado, y el rostro de ella pronto se arreboló (como les ocurre a los pálidos cuando están muy, muy excitados), igual que su pecho. Le encantaba el rostro de Andriy cuando se ponía así… Pero, por primera vez, en vez de resultarle doloroso recordar a su amante muerto, se sintió culpable por distraerse pensando en alguien distinto a la persona que le acogía entre sus piernas. Nunca había disfrutado así satisfaciendo al amo y, a veces, evocaba a Andriy para hacerlo más llevadero; pero ahora le parecía un sacrilegio apartar su mente de todo lo que no fuera el placer de su dulce ama.

Se imaginó por un instante que ella era él, Andriy, que había cumplido su sueño y se había transformado en chica. Sabía que no era cierto, pero… Cayó en la cuenta de que se estaba apareando con alguien que ni siquiera tenía nombre y le pareció lo más natural llamarla Nadiya. El ama Nadiya. “Tendré que enseñarle mi idioma, también —se dijo—. Siendo pálida, seguro que lo aprende enseguida y podremos hablar, entendernos.” Pero ¿qué le iba a contar? ¿Que era ‘una mujercita’?

Los gemidos de Nadiya le volvieron a la realidad. El ama estaba disfrutando a ojos vista, le abrazaba, se soltaba; se retorcía… y gemía. ¡Cómo le enardecía oírla gemir! La rabia provocada por la vergüenza anticipada de imaginar confesarle su pasado le había hecho acelerarse otra vez, sin darse cuenta. Pero esos gemidos, espontáneos y profundos, le mostraban que estaba en el buen camino y siguió por él, feliz de recorrerlo juntos. La presión de aquel guante maravilloso sobre su polla, sobre toda ella, su húmeda calidez, la locura de su roce increíble, le impelía a moverse en vaivenes cortos (para no salirse) pero muy rápidos.

El cansancio le hacía bajar el ritmo, a veces; pero volvía enseguida a aquella cadencia imposible que conseguía arrancar de la mujer esos gemidos casi salvajes, le producía ese delicioso arrebol y provocaba esos gozosos espasmos que la sacudían a veces, aun a sabiendas de que así, pronto alcanzaría el inevitable punto de no retorno… Cuando el orgasmo le desbordó, empezó a gritar, eufórico: “¡Soy un hombre, ama Nadiya, soy un macho!”. Y se derrumbó, exhausto, sobre ella.

Ésta, agradecida, siguió acariciándole mientras él se reponía. Kalu sintió que había aprobado el examen con nota. “Satisfacerla iba a ser una tarea apasionante; vivir con ella, una aventura maravillosa —soñó—. Había sido un acierto adoptarla como ama”. Quiso corresponder a su agradecimiento llenándola de besos mientras susurraba su nombre: Nadiya, esperanza…

Cediendo a un súbito impulso, le dibujó un corazón en la tripa, y se sintió mal por no haberlo hecho nunca con Andriy. “¿Sólo una vez, y ya le hacía a ella lo que nunca quiso hacerle a él? —pensó—. ¿Acaso sentía por el ama lo que sintió por él?”. No, claro que no; pero Andriy estaba muerto hacía tiempo y ella estaba viva entre sus brazos. Y (¿por qué no?) tenía la esperanza de llegar a sentir por aquella mujer lo que una vez sintió por él. Su Nadiya, su esperanza. Se dijo que nunca más se avergonzaría de expresar su ternura. No con ella.

El ama Nadiya empezó a jugar con su flácido pene y sus testículos, como le gustaba hacer a Andriy, como nunca hizo el amo Tembo. Era su ama, pero no le importaba rebajarse a su nivel y ser su compañera, jugar con él de igual a igual. Esa constatación le agradó aún más que sus caricias. Ella tomó la mano del chico y la llevó a su oquedad. ¿Para qué? Allí no había nada, así que él la devolvió a sus tetas, que no se cansaba de agasajar y notaba que ella también lo disfrutaba.

Con voz cálida, la muchacha debió de piropearle, orgullosa de él, y se le puso encima, lo que le obligó a moverse hacia el centro de la roca para no caer a tierra. Nadiya volvió a hablarle, ahora en el mismo tono de deseo febril que al principio. Estaba claro que quería repetir, pero él no estaba listo… Una vez más, el ama le sorprendió con su paciencia y humildad, porque se puso a horcajadas sobre él y empezó a frotar muy despacio el suave vacío de su entrepierna contra la verga de su pene, demostrándole que no tenía prisa, ni se sentía humillada por ponerle de nuevo a tono. ¿Se la chuparía, también? No, parece que quería conseguirlo sólo con su pringoso vaivén…

Kalu seguía fascinado por su juguete favorito; el suave bamboleo de sus tetas le tenía hechizado y su posición actual le permitía contemplarlas mientras sus manos las veneraban, sin perder de vista los ojos lujuriosos de su Nadiya, ni su sonrisa cargada de inocente malicia. Su polla empezó a revivir, en parte por los sensuales roces de su pálida ama, pero también por esa sensación que le asaltó, por primera vez en su vida, de que todo estaba en su sitio, las cosas eran como debían ser y estaba con quien debía estar, haciendo lo que debía hacer.

Supuso que también ella experimentaba un sentimiento parecido, porque le dijo algo solemne en un tono emocionado que le conmovió. Dejó que el placer se fuera apoderando de él, abandonándose a sus sentidos…

La nada regresó, esta vez para quedarse. Pero ellos, obviamente, nunca lo sabrán.

Querido lector, acabas de leer el decimoseptimo relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores.

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