viernes, 17 de junio de 2016

Diez minutos

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-Ingeniero, lo busca la doctora Silva.
-¿La doctora…?
-…Silva, de la junta médica.
-¡Oh! Muy bien, Liliana. Dígale que pase, por favor.
-En seguida, Ingeniero.

Liliana se retiró expeditiva, pero a los pocos segundos volvió a ingresar secundada por una elegante mujer morena de unos treinta años, ataviada con un riguroso batín blanco.

-Buenos días, ingeniero. Un gusto volver a verle.
-El gusto es mío, doctora.- El caballero estrechó su mano, aunque sin ocultar cierta desorientación: -Disculpe, ¿nos conocemos?
-Nos vimos hace una semana exactamente.
-¡Oh! Le pido disculpas; tengo algunos problemas de memoria últimamente.

Liliana se retiró presurosa cerrando prudentemente la puerta detrás de sí.

El ingeniero y la doctora se apoltronaron en el amplio sofá. Él la observó atentamente cruzar las piernas mientras el batín descubría buena parte de sus tersos muslos.  
-¿Qué puedo hacer por usted, doctora?
-¿Realmente no sabe por qué estoy aquí?- Cuestionó con displicencia mientras revisaba su reloj.
-Bueno, seguramente…
-¡Perdón!-, lo interrumpió: -¿No siente un aroma extraño, Ingeniero?- Preguntó frunciendo su ceño
-Ciertamente.- El caballero inhaló con ademán histriónico: -Su perfume es realmente cautivante...- y agregó con voz seductora: -Es usted una mujer muy atractiva, Doctora.
-Y su lengua es muy audaz, Ingeniero. Aunque hoy no llevo perfume.

Entonces la doctora Silva volvió a descruzar sus piernas, separó generosamente sus muslos y subió su batín con ambas manos. Todo en un único movimiento. Así, el ingeniero pudo comprobar que la médica no llevaba puesta su ropa interior.

-¿Esto no le ayuda a recordar, Ingeniero?

Pero la expresión de aquel hombre era la de un niño disciplinado que intenta controlar sus impulsos con poco éxito.

-¡Doctora Silva! No recuerdo una mujer con un sexo tan…  ¡exquisito! Huele a menta, canela y naranjas.
-¿Entonces, Ingeniero…?- volvió a echar un vistazo a su reloj: -¿Qué espera para probar su golosina?

El ingeniero aceptó el convite. Bajó hacia su entrepierna y se alimentó de aquel vergel con la sutileza, la técnica y la voracidad propia de quien ha sabido degustar manjares mayores. Minutos después, la doctora vivenciaba un orgasmo intenso, abundante, que derramó íntegramente en las fauces del ingeniero.

Tras recuperar el aliento, oteó su reloj: habían transcurrido doce minutos.  El Ingeniero yacía de pie, junto a la ventana, observando el horizonte. Ella se puso de pie y alisó la falda de su batín ya dispuesta a marcharse.

-Adiós, Ingeniero.
-Adiós…- Dudó, pero el atuendo le dio la pista: -¿Doctora…?
-…Martínez.
-¡Eso! Adiós, Doctora Martínez.

Ella abandonó la estancia cerrando prudentemente la puerta detrás de sí.

-¿Alguna novedad, doctora?
-Ninguna. Sigue Igual que hace meses, Liliana. Su memoria reciente se desvanece cada diez minutos. Por ahora vamos a mantener la medicación; la próxima semana, veremos. ¡Ah! Y si vuelve a insistir con eso de las golosinas de menta, canela y naranjas, réstele importancia… es un TOC.

Cuando la doctora se alejó por el pasillo de la institución, Liliana ingresó nuevamente a la habitación dieciséis.

-¿Señorita?
-Soy Liliana, Ingeniero. Su enfermera.- Explicó por enésima vez en el día.

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