-Ingeniero, lo busca la doctora Silva.
-¿La doctora…?
-…Silva, de la junta médica.
-¡Oh! Muy bien, Liliana. Dígale que pase, por
favor.
-En seguida, Ingeniero.
Liliana se retiró expeditiva, pero a los
pocos segundos volvió a ingresar secundada por una elegante mujer morena de
unos treinta años, ataviada con un riguroso batín blanco.
-Buenos días, ingeniero. Un gusto volver a
verle.
-El gusto es mío, doctora.- El caballero estrechó
su mano, aunque sin ocultar cierta desorientación: -Disculpe, ¿nos conocemos?
-Nos vimos hace una semana exactamente.
-¡Oh! Le pido disculpas; tengo algunos
problemas de memoria últimamente.
Liliana se retiró presurosa cerrando
prudentemente la puerta detrás de sí.
El ingeniero y la doctora se apoltronaron en
el amplio sofá. Él la observó atentamente cruzar las piernas mientras el batín descubría
buena parte de sus tersos muslos.
-¿Qué puedo hacer por usted, doctora?
-¿Realmente no sabe por qué estoy aquí?- Cuestionó
con displicencia mientras revisaba su reloj.
-Bueno, seguramente…
-¡Perdón!-, lo interrumpió: -¿No siente un
aroma extraño, Ingeniero?- Preguntó frunciendo su ceño
-Ciertamente.- El caballero inhaló con ademán
histriónico: -Su perfume es realmente cautivante...- y agregó con voz
seductora: -Es usted una mujer muy atractiva, Doctora.
-Y su lengua es muy audaz, Ingeniero. Aunque hoy
no llevo perfume.
Entonces la doctora Silva volvió a descruzar
sus piernas, separó generosamente sus muslos y subió su batín con ambas manos.
Todo en un único movimiento. Así, el ingeniero pudo comprobar que la médica no
llevaba puesta su ropa interior.
-¿Esto no le ayuda a recordar, Ingeniero?
Pero la expresión de aquel hombre era la de un
niño disciplinado que intenta controlar sus impulsos con poco éxito.
-¡Doctora Silva! No recuerdo una mujer con un
sexo tan… ¡exquisito! Huele a menta,
canela y naranjas.
-¿Entonces, Ingeniero…?- volvió a echar un
vistazo a su reloj: -¿Qué espera para probar su golosina?
El ingeniero aceptó el convite. Bajó hacia su
entrepierna y se alimentó de aquel vergel con la sutileza, la técnica y la
voracidad propia de quien ha sabido degustar manjares mayores. Minutos después,
la doctora vivenciaba un orgasmo intenso, abundante, que derramó íntegramente
en las fauces del ingeniero.
Tras recuperar el aliento, oteó su reloj: habían
transcurrido doce minutos. El Ingeniero
yacía de pie, junto a la ventana, observando el horizonte. Ella se puso de pie
y alisó la falda de su batín ya dispuesta a marcharse.
-Adiós, Ingeniero.
-Adiós…- Dudó, pero el atuendo le dio la
pista: -¿Doctora…?
-…Martínez.
-¡Eso! Adiós, Doctora Martínez.
Ella abandonó la estancia cerrando
prudentemente la puerta detrás de sí.
-¿Alguna novedad, doctora?
-Ninguna. Sigue Igual que hace meses,
Liliana. Su memoria reciente se desvanece cada diez minutos. Por ahora vamos a
mantener la medicación; la próxima semana, veremos. ¡Ah! Y si vuelve a insistir
con eso de las golosinas de menta, canela y naranjas, réstele importancia… es
un TOC.
Cuando la doctora se alejó por el pasillo de
la institución, Liliana ingresó nuevamente a la habitación dieciséis.
-¿Señorita?
-Soy Liliana, Ingeniero. Su enfermera.-
Explicó por enésima vez en el día.
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