No
recordaba nada cuando desperté, pero al moverme noté que estaba atado a un
sillón y que enfrente había un monitor.
jueves, 30 de junio de 2016
miércoles, 29 de junio de 2016
martes, 28 de junio de 2016
En la oscuridad
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Levanta la cabeza, el oscurecimiento le
permite ver una miríada de estrellas en el cielo, pero no está mirando hacia
arriba por el espectacular panorama. No llegan todas las noches, pero eso no
impide que este siempre tenso esperándoles.
Camina rápidamente por la calle, tiene un
presentimiento. Un minuto después la sirena aúlla por toda la ciudad advirtiéndole
de que debe buscar refugio.
Esto no es Londres, no hay una boca de metro
en cada esquina. Mira a su alrededor y ve un edificio de estilo neoclásico. La
abundante piedra y las columnas le dan un aspecto macizo y el estrecho portal
le parece el único refugio decente.
Entra justo antes de que caiga la primera
bomba. No cae cerca, pero aun así siente el bofetón de la onda expansiva
seguido de una vaharada de aire caliente apestando a cordita.
En medio del pitido de sus oídos oye un
taconeo apresurado. Con precaución se asoma y ve una mujer, con el uniforme de la defensa civil,
corriendo espantada, con los ojos muy abiertos y las lágrimas haciendo surcos
en el polvo que cubre su cara.
Cuando pasa a su lado la atrae a su refugio de
un fuerte tirón. La mujer, sorprendida, tropieza y tiene que agarrarse a él
para no caer.
Una, dos bombas caen haciendo temblar el edificio;
esquirlas de metralla zumban a su alrededor. La desconocida se estremece y se
aprieta contra él.
Siente el pecho de la joven respirar
apresuradamente. La mujer levanta la cabeza. Sus ojos grandes y azules
contrastan con su pelo negro. Sin poder evitarlo, le limpia la cara de polvo y
lágrimas, descubriendo su rostro, arrebatador con aquella expresión de miedo y desconsuelo.
Ella le
mira y acerca sus labios. Algo estalla, esta vez dentro de ellos. Se abrazan y
se besan desesperadamente, intentando aislarse de la tempestad que se
desencadena a su alrededor.
Sin ceremonias levanta la falda de la mujer y acaricia sus muslos. La
desconocida gime y se aprieta dejando
que él le acaricie el culo y le sobe los pechos a través de la blusa del
uniforme.
Los besos se vuelven ansiosos. La joven separa
las piernas ligeramente y no se lo piensa. Apartando las bragas lo justo,
desliza su miembro en el coño de la joven con un gemido de placer.
Abrazados combaten la bombas con besos, las
llamas con caricias. Los gemidos y los suspiros ahogan las explosiones y ese
mundo violento y sanguinario se diluye mientras penetra a la desconocida con
apremio.
Los gemidos se hacen más intensos y la mujer
estalla en un fuerte orgasmo. Dos embates más en aquel cuerpo joven y turgente
y él la imita eyaculando en su interior.
Cuando se separan, el estruendo ha
desaparecido y ahora solo se oyen las sirenas de los bomberos aproximándose.
En ese momento la chica parece darse cuenta de
que tiene un cometido y tras arreglarse apresuradamente el uniforme sale del
refugio y desaparece para siempre en la oscuridad de un mundo en guerra.
lunes, 27 de junio de 2016
El desquite de Érica
A
lo largo de sus 33 años de vida, jamás se había sentido tan
deseada, tan plena, tan mujer, tan… ¡tan puta! Al menos eso era
lo que Érica pensaba mientras por propia mano se clavaba la verga de
aquel desconocido en su húmeda vagina, sintiendo como a cada
centímetro, la iba abriendo, provocándole un placer indescriptible.
Estaba contenta, estaba feliz y totalmente llena. Cuando los huevos
tocaron su cuerpo, vino a su mente el motivo por el que estaba en
aquella situación de coger con tres hombres a la vez, olvidándose
de todo, moralidad, valores, hijo, familia, “ÉL”, todo.
-Maldito,
maldito y mil veces maldito-, pensaba Érica al tiempo en que una
mano apoyada en su espalda, le indicaba que se hiciera adelante, ella
no objetó y al hacerlo unió sus labios a los del desconocido que
tenía debajo. Y no era por esta acción que lo pensaba, si no por lo
que le había hecho Carlos. Se había entregado a él en cuerpo y
alma, pero sobre todo en cuerpo, ¿y para qué? Él la había
traicionado, su comentario estúpido sobre otra, le había dolido.
Ese dolor era más grande que el que sentía en ese momento en su
ano.
-Espera-,
dijo Érica al entender lo que sucedía, sabía que no había marcha
atrás, estaba ya metida en eso, y tenía que llegar hasta el final,
así que se relajó, y el hombre debajo de ella, contribuyó a esa
relajación lamiendo sus endurecidos pezones. Con un movimiento de
cabeza, indico a su atacante anal que prosiguiera, este sin tardanza,
volvió a colocar la punta de su verga en el orificio anal,
encontrando menos resistencia, lo que permitió que el glande se
alojara dentro de ella. Él se esperó un poco, y después volvió a
empujar hasta que la verga entró.
Cuando
los huevos de aquel tipo tocaron las nalgas de Érica, ella sintió
que su cuerpo se tensó, y de pronto, la embistió un gran e intenso
orgasmo que hizo que se desconectara del mundo por algunos segundos.
Al recuperarse, volvió a ver a su amigo, por el cual era que se
encontraba ensartada por sus dos agujeros, le sonrió dándole a
entender que estaba disfrutando, y le dio las gracias mentalmente. Él
al verla tan llena de placer, se acercó verga en mano, y la ofreció
para que Érica la mamara, acto que ella recibió y realizó con
gusto.
Tuvo
otro orgasmo al sentir como el tipo de debajo la llenaba de semen,
otro al llenarle el ano, y uno más cuando su propio amigo le llenó
la boca. Así transcurrió el resto de la noche, los tres llenaron al
menos cuatro veces los agujeros de Érica, dándole un sinfín de
orgasmos que al final, la dejaron sin fuerzas para más. Después de
aquella noche, Érica sabía que no volvería a ser la misma, y que
jamás vería a su amigo de esa forma. Y nunca regresaría con
Carlos. Había descubierto el placer, y en la vida quería dejarlo.
domingo, 26 de junio de 2016
La maldición
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Descorro esta pantalla que me separa de ti y penetro
tu intimidad. Te apuñalo una y otra vez; remedo de psicópata de motel de
carretera. «¡Más!», pides, y más te doy, mi reina del grito. Tus miedos acaban
diluyéndose piel abajo hasta el desagüe que conforman nuestros sexos. Agonizas
de placer bajo la ducha.
A una
vida de aquí la Ciudad duerme un sueño ligero plagado de pesadillas. Gobernada
por momias y científicos locos; urbe zombi. Nos buscará cuando despierte para
chuparnos la sangre una vez más, insaciable. Nunca nos dejará escapar. Su
asfalto infinito intentó atraparnos, pero nuestra salvación estaba escrita en letras
de neón: había vacantes en este edén para dos fugitivos de su madrugada.
La
sesión doble continúa en la habitación. La luz violada del letrero entra
intermitente entre las lamas de la persiana. Veo tu imagen monocromo acercarse,
fotograma a fotograma; espléndida desnudez proyectada en sábanas blancas.
Deshacemos la cama luchando por poseernos. Te mueves
felina; me clavas las uñas, me marcas la espalda. Pero llevas las de perder,
gata salvaje. Conoces el guión: entre nubes brilla una luna en sexo creciente...
Te penetro de nuevo y te revuelves, indomable. Abrazo tus muslos, agarro tus nalgas
y empujo. Aúllo de gusto; devoro tu boca. Sobre nuestro clímax luce la Luna
llena de deseo.
Un
amanecer oscuro nos aguarda. La Ciudad nos ha encontrado y su venganza cae
sobre nosotros. El neón tiñe la lluvia púrpura que nos empapa. Un último adiós
antes de verte ir hacia la luz que te devolverá al zoo humano: una estrella de
tres puntas; una bala de plata que no puede matarme porque mi corazón vive
contigo, mujer pantera. Soy un no muerto enamorado.
Volveremos a vernos: haremos la secuela; sabes que no
miento. Será el próximo plenilunio.
Palabra de licántropo...
sábado, 25 de junio de 2016
Eva Marina
Eva Marina es un torbellino, me encanta
su forma de ser, el cariño que me da y lo atenta que está siempre
conmigo. No es guapa y le sobran algunos kilos más que a mi mujer,
pero su belleza interior me atrae con locura.
En realidad ni siquiera es amiga mía
propiamente dicho, simplemente soy el marido de su amiga de la
infancia, pero me da más cariño y atenciones que mi mujer… aunque
a veces se pasa.
Hoy apareció sin avisar, como
siempre.
—¡Hola chicos! —saludó
canturreando como acostumbraba entrando por la puerta— pasaba por
aquí y me he dicho: voy a visitar a mis dos amorcitos a ver qué se
cuentan.
Dos besos acompañados de un cariñoso
abrazo a cada uno era lo más alegre que teníamos en casa esa
mañana. Una caricia furtiva en mi mejilla me regaló mientras
entrábamos al salón.
Durante minutos, ya sentados en plan
familiar sobre el sofá, nos parloteaba sobre lo que había hecho
durante la mañana y lo que le había llevado a visitarnos, habla
mucho, demasiado… yo a las mujeres siempre las escucho paciente,
resignándome, claro.
El teléfono suena, mi mujer se
levanta como un resorte, sabe que a mí nunca me llaman al teléfono
fijo.
—Será mi madre, ahora vuelvo.
Se le oye hablar desde la otra
estancia, efectivamente es su madre, va para rato.
Eva me mira, yo la miro… se sienta
a horcajadas sobre mí y me besa apasionadamente.
—¿Tenemos tiempo? —Su susurro me
derrite y me aterra a partes iguales.
Mi mujer sigue hablando… Eva me
recuesta boca arriba en el sofá tomándose mi espantado silencio
como vía libre. Me baja pantalones y calzoncillos hasta los tobillos
haciendo lo propio con lo suyo.
Se coloca en posición de 69 sobre
mí, poniéndome su bonito coño en mi cara y metiéndose mi asustado
pene en su ansiosa boca, consigue que se ponga rápidamente tieso en
escasos segundos. No me ha dado tiempo a negarme, no he podido.
Considerando que hay prisa chupo el
delicioso chochito de mi Eva querida agarrándole las nalgas con mis
desesperadas manos.
Testículos, glande, perineo… todo
lo mamable es devorado por Eva aceleradamente.
Siento la necesidad de empujar hacia
el interior de su boca, ella lo bien interpreta y frota con más
ansia su coño en mi cara. Irremediablemente nos corremos, a la vez,
eso nunca me pasa con mi mujer en esa postura. He durado poco.
No se la saca de la boca hasta que no
he terminado de sacudirme, supongo que entendió la necesidad que
premiaba el no manchar nada, eso tampoco lo hace mi mujer.
Se oye como mi esposa se va
despidiendo de su madre, Eva se levanta presurosa poniéndose bien la
ropa y sentándose en el lugar que le he dejado libre tras
adecentarme yo también. Aquí no ha pasado nada.
Eva tiene la cara roja, supongo que
yo también. Mi mujer se vuelve a sentar donde estaba antes, Eva se
abanica con un folleto de muebles que había en la mesa.
—Joder tía, que calor hace hoy,
¿tenéis agua fresquita?
viernes, 24 de junio de 2016
La viuda
–¡ Qué cojones
tienes y qué chorra! Te vas a casar los cincuenta y ocho con una
de veinticinco y que encima es la viuda de tu hijo. Bartolo ¡eres
lo más!
–Como decía Jack el
Destripador, vayamos por partes. Primero, sólo tú y yo , y su
madre que nadie sabe donde coño está, sabemos que Angelito era mi
hijo. Para todos era un pariente lejano, al que yo le tenía cariño
después de la muerte de mi mujer y mi hija. Así que por ahí nada.
Segundo es la manera de darle la herencia de lo que tengo a mi
nieto, el hijo de Ángel y lo tercero y más importante es que
Maribel me vuelve loco. Me ha dejado K.O desde el día que la
conocí.
–Rica, rica, está.
Rica es poco, está buenísima y tiene un morbo que se lo pisa. Si
te tengo envidia, cabrón. Y encima es seria y buena. No se puede
pedir más.
–Mira, cuando Ángel
me dijo que se iba a casar con una niña de dieciocho años, puse el
grito en el cielo. Había venido a vivir conmigo cuando a la loca de
su madre le dio por decir que acabado el secundario era hora que me
ocupara yo de él, que me haría compañía y podría educarle a mi
aire, que ella se iba para la India. Todavía debe andar por allá,
porque no ha dicho esta boca es mía desde que se largó buscándose
a si misma. Le recibí como un sobrino, su madre es prima mía, le
puse a trabajar conmigo. Mientras curraba, hizo la carrera, se
convirtió en mi mano derecha y va y con veintiocho me dice que se
casa con una cría. Carlitos, ¿ te acuerdas cómo me puse? Que no,
que no.
Bartolo, Ángel te
convenció cuando te dijo que sin boda no había polvo, que era muy
clásica.
–Que le hacía unas
pajas de maravilla, que se la chupaba de diez, que estaba como un
templo, pero que tenía que casarse con ella para follarla. Cuando
la conocí, le entendí. Se me puso dura como si tuviera quince
años. Y se casaron. El chaval feliz, me decía de vez en cuando: “
Maribel es una máquina de follar. Me tiene loco”. Y yo cuando les
veía, y me la imaginaba jodiendo, me ponía cachondo perdido.
Empecé a buscar putas que se le dieran un aire y me imaginaba que
era con ella con quien lo hacía. Cuando acabó la carrera,
psicología industrial y se quedó embarazada. Arreglé mi casa, el
piso bajo para ellos y el de arriba para mí. Verla todos los días
no sabes como me tenía. Cuando veía como daba de mamar a
Sebastián, su hijo y mi nieto, me tenía que ir a hacer una paja.
¡La hostia!, Carlitos,
me ha tenido siempre loco.
–Y la verdad que buena
es y sacrificada, que los cuatro meses que Ángel pasó en el
hospital , antes de morir, ella allí, a su lado , sin moverse:
impresionaba. ¡ Joder lo duro que fue!
–Pues cuando Maribel,
deshecha, se me abrazó llorando, te tengo que decir que se me puso
dura y sólo pensé en cómo me la follaba. Y me he pasado un año
detrás de ella. Hasta hoy.
–Y en ese tiempo,
¿nada de nada?. No me jodas, Bartolo , ¡ qué te conozco!
–Claro que ha habido,
y mucho. Justo a los seis meses del fallecimiento de Ángel, se me
puso a llorar de un modo que me rompía el alma. Cuando la abracé y
me dijo: Es que estoy tan sola. Algo estalló en mí, la besé y
ella respondió a mis besos y nos volvimos locos. Acabamos en
pelotas, metiéndonos mano como desesperados. Cuando se la iba a
meter, me echó el alto. No podía hacerlo, se lo había prometido a
su difunto marido, que no follaría con nadie sin casarse. Eso sí,
me hizo una mamada de campeonato y luego se hizo una paja delante
mío. Y así empezó la relación hasta hoy que nos casamos y la voy
a joder con ganas acumuladas de un montón de años.
–Bartolo, pues aquí
tienes las pastillas chinas, las que tomaba Mao que con mil años le
llamaban el tigre de la Machuria y se lo hacía en una tarde con
cinco jovencitas. Y ahora, toma una y a la batalla.
jueves, 23 de junio de 2016
Noche de copas
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“Una
droga y un disfraz, me convirtieron en alguien que desconozco…”
Cesar, mi hermano mayor, entró en ese momento a mi habitación. Dejé de
escribir para mirarlo con atención, cerré mi libreta. Dio un par de
instrucciones y se retiró. Nuestros padres murieron dos años atrás, y él se
hizo cargo de todo.
—No cierres tu
diario cuando entro. No me gusta leer lo que no es mío —dijo riendo
Murmuré con fastidio y seguí escribiendo:
“Hace seis meses, aproximadamente, fue a una fiesta con unos amigos. Era
atractivo y más de una muchacha se acercó a él. La música era pegajosa, alguien
le dio a beber algo extraño. A lo lejos vio a una bailarina con un antifaz
negro, según sus palabras, era una bella morena de cuerpo escultural.
No sé si estaba drogado o siempre fue así de atrevido. Se unió al baile
de la chica, que aparentemente también estaba estimulada. Los movimientos eran
muy sensuales, e incluso se tantearon. En la tercera canción las caricias subieron
de tono. Tocaron sus partes íntimas y hablaron morbosamente sin importarles si
alguien los veía.
Fueron a un hotel.
Sus cuerpos vibraban, se estremecieron con cada beso y cada caricia. La ropa
exterior desapareció, la chica se veía muy sexi con su lencería roja. Cesar sobó
sus senos. Se acariciaban con pasión. El amante se estremeció al tocarla a
través de su invisible indumentaria. La bailarina abrió sus piernas invitándolo
a entrar...
La noche terminó, sin un número de teléfono, sin una invitación a
salir, solo fueron eso: Amantes de una noche. Pero yo, conocía la identidad de
esa chica. Estuve en esa fiesta, los vi bien.
¡Ya nada fue igual!
Una tarde, vi la puerta de la habitación de mi hermano abierta, curiosa
entré porque escuché ruidos, a veces me gustaba expiarlo. Se estaba bañando, lo
descubrí tocándose con las pantaletas de la misteriosa mujer.
—Gatita…
Salí de ahí con una mezcla de emociones difícil de explicar:
—Dios mío, no la
ha olvidado —murmuré.
Mis calificaciones
siempre fueron buenas, conseguí una beca, para estudiar en otra ciudad.
—¡No te vayas! —dijo
cuándo le platiqué—. ¿Tan mal te sientes conmigo?
—No es eso— lloré
mientras lo abrazaba—. Son muchas cosas por las que quiero irme. ¡Sobre todo por
lo que hicimos en la casa de Ana!
—Lo de aquella
noche… —susurró—. Te conocí a través de la máscara. Cuando huiste confirmaste
mis sospechas— hizo una pausa e intensificó el abrazo—. No te dejare ir.
Lo mire azorada, me
besó con pasión:
—Nunca dije nada
—continuó—, porque te veías muy mal, creí que lo mejor era callar.
Me senté en el
sofá:
—Es inmoral.
—Eso no lo sé y no
me importa. Pero nos amamos.
Seguí con mi
negativa.
—Nadie tiene
porque saberlo, podemos hacer muchas cosas. Pero no quiero que te vayas.
Esa noche dormimos en la misma cama. Mi cuerpo se compenetraba con él a
la perfección.
Estábamos
enamorados. ¿Qué seguía después? Mañana lo investigaríamos."
miércoles, 22 de junio de 2016
La despedida
Lamento
haberte atado querida, pero por tus jadeos, el pelo revuelto, la sábana sudada,
tu sexo totalmente empapado y la forma de estremecerte, entiendo que te has
rendido y te ha gustado…
Desde
que te nombraron a ti jefa del departamento, tenía ganas de demostrarte mis
verdaderas habilidades, además de las que me hacían idóneo para ese puesto.
Lástima que no quisieras comprobarlo antes y que te haya costado colaborar, por
eso los azotes y las cuerdas.
Pero
eso ya no importa, mañana me voy, aunque todavía nos queda toda una noche por
delante…Y como has visto, tengo una mesa llena de juguetes… todos para ti.
martes, 21 de junio de 2016
La llamada
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-->
Aquella chica le volvía loco, nunca se cansaba de
acariciar aquellos muslos cremosos, aquellos pechos turgentes y aquella cara de
aspecto inocente y juvenil.
Y lo mejor era que, debajo de aquella fachada de
inocencia, se escondía una loba hambrienta de sexo. En cuanto atravesaron el
umbral, cerró la puerta con la misma violencia con la que le apartó la bragas y
le metió la polla hasta el fondo. Margarita gimió y se abrazó a él desesperada, ciñendo una de
sus piernas entorno a sus caderas y besándole con lascivia.
Aquel coño era cálido y delicioso, entraba en él una y
otra vez con violencia haciendo que todo el cuerpo de la joven se conmoviera y
la habitación se llenase de gemidos e insultos.
Margarita tiró del escote del fino vestido veraniego
para dejar a la vista unos pechos pálidos y jugosos, con unos pezones
grandes y rosados apuntando directamente
hacia el cielo. Sin cejar en sus embestidas los cogió entre sus manos, chupando
y mordisqueando los pezones. Esta vez la iba a partir por la mitad...
El sonido de un móvil hizo que la joven se pusiese
inmediatamente tensa.
—Déjame. —dijo con un empujón— Tengo que cogerlo.
Sin decir nada más, se separó y se abalanzó sobre el móvil,
poniendo el manos libres orgullosa para que su amante pudiera escuchar.
—Buenas tardes, ¿Margarita Trastos?
—Sí, soy yo. —respondió ella intentando ocultar su
emoción.
—Soy el director de casting de Subrealitys Media. Le
llamamos para notificarle que ha sido seleccionada para participar en nuestro
nuevo concurso "Voy a Ser Monja".
La cara de satisfacción de Margarita fue tan intensa
como la de estupefacción de su amante.
—¡Pero qué coños...!
—Chssst —dijo la joven poniendo el dedo en los labios
de él mientras tomaba nota de las instrucciones que le estaba dando el
ejecutivo.
No lo podía creer. Allí parado, con la polla aun
erecta, escuchaba a su amante desnuda, con los flujos del sexo escurriendo
entre sus muslos, agradecer al tipo la oportunidad y añadir lo ilusionada que
estaba por tomar los hábitos y lo profunda que era su fe en Dios y en el
destino que este le tenía preparado.
—¿Estás loca? ¿Se puede saber en qué coños estas
pensando?
—Vamos, no seas tonto. —dijo ella jugueteando con su
preciosa melena negra— Vamos a ser famosos.
—¿Y estas dispuesta a hacer cualquier cosa? —replicó él
furioso— Me imagino muchas cosas de ti, pero no te veo pasando mas de día y
medio sin echar un polvo.
—No tengo tiempo para discutir. Ya hablaremos cuando estés
un poco más tranquilo —dijo ella recogiendo su ropa.
—¿Ni siquiera vamos a terminar? —preguntó él
desesperado.
—Ahora soy una novicia...
—No me toques
los cojones. —le interrumpió él cabreado.
—Está bien una mamada rápida, pero nada más. Tengo
muchas cosas que hacer. —dijo empezando a enumerar con los dedos— Dejarle a
Michu a mi hermana, ir a la peluquería, comprar un par de hábitos que me
sienten bien, no esos sacos informes que llevan todas...
lunes, 20 de junio de 2016
Cine de madrugada
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Fila
cinco, asiento nueve: Beatriz López. Cuarenta y tres años y aparenta cada uno
de ellos. Está a gusto con su cuerpo y con su edad y luce sus arrugas con el
mismo orgullo con el que los veteranos de guerra exhiben sus cicatrices.
El
resto de la sala está vacía. Las doce de la madrugada es mala hora para ver una
película, pero allí está ella, con los ojos fijos en la pantalla, brillando de
amor cada vez que ese actor sale a escena.
Se
le seca la boca cada vez que los ojos azules del joven británico miran a
cámara, se lame los labios para recuperar la hidratación, y clava las uñas en
el reposabrazos de la butaca. En el simple acto de agarrar una botella de agua,
Beatriz siente destilar un erotismo brutal, visceral e irracional, que solo es
capaz de destilar la persona con quien estamos obsesionados.
Cierra
los ojos e imagina que el apolíneo joven la atrae hacia sí y se la bebe como al
agua. Porque él no puede besar. Ese ser perfecto y poderoso debe sorberte el
alma a través de la boca.
Escena
del baile. Él luce músculo bajo la camiseta y la joven en sus brazos finge derrochar
la alegría de quien vive un sueño, pero sin saber que el sueño que vive no es
el suyo.
Quizás
por eso, a Beatriz no le asusta que la película cambie su eterno guion. Solo le
sorprende. La sorpresa es necesaria cuando el actor de tus sueños se vuelve
hacia la pantalla, extiende su mano abierta hacia ti, y pronuncia tu nombre.
Su
corazón enloquece. Incrédula, alarga su mano temblorosa hacia esa otra que
destroza la cuarta pared. En cuanto sus dedos tocan la otra piel, una fuerza
descomunal tira de ella.
Beatriz
atraviesa la pantalla y se encuentra en medio de la escena, abrazada al Adonis.
Sabe que no es un sueño cuando su nariz se inunda de su olor, cuando nota el
sudor del bailarín humedecer su blusa, cuando siente su erección presionar su
pubis.
Giran
y giran, pero ella sabe que no están dando vueltas, que solo es un plano
circular y que lo que viene ahora es el mejor beso de cine que recuerda haber
visto.
Aunque
ya no lo ve. Lo siente. Los labios se unen en esa perfecta conjunción de amor y
pasión que solo tienen las películas románticas.
Minutos
después, el acomodador encuentra a Beatriz, sonriendo y sin vida en su butaca.
El
revuelo siguiente no es digno de contar. Policía, atestados, juez, forense…
infarto y caso cerrado. Un entierro precioso y una tumba con flores.
Pero
nadie, ni siquiera el personal del cine, se ha fijado todavía en que, en esa
copia de la película, al llegar a la última escena, ya no es la actriz quien
baila con el protagonista. Es una mujer de mediana edad, morena y con patas de
gallo, derrochando verdaderamente la alegría de estar viviendo un sueño. Noche
tras noche.
domingo, 19 de junio de 2016
La pareja de moda
“Mássimo
la fama es algo temporal y debes saber aprovecharla” fueron las
palabras de mi manager el día que Tania La Bomba y yo ganamos el
premio AVN a la mejor pareja porno del año.
Desde
entonces, y mientras la demanda no baje, estamos rodando una escena a
diario. Dicen que nuestro éxito radica en la química que hay entre
los dos y en nuestra imagen de vecinos de al lado. Todas las
productoras de cine para adultos se nos disputan y nuestro caché ha
aumentado de forma desorbitada.
Por
aquello de la variedad, de vez en cuando alguna chica rueda con
nosotros para hacer un trio y un dúo lésbico con Tania. Otras
veces añaden a algún tío, con el que comparto todos y cada uno de
los agujeros de mi partenaire habitual. Oral, anal, doble
penetración…, para ella nada es tabú y a mí me da mucho morbo
ver como se entrega a otros hombres.
De
un tiempo a esta parte, durante los descansos, hemos comenzado a
intimar. Ella me cuenta cosas de su vida, yo le hablo de las mías. Conversaciones de colegas que, para mí, han pasado a ser mucho más.
Estoy descubriendo la chica sencilla que hay en ella y no a la
estrella del porno que todo el mundo ve. Sin querer, me he empezado a
enamorar.
Ha
sido imaginarla como algo más que una compañera de trabajo y me he
comenzado a meter tanto en las escenas que los directores no paran de
elogiar mi buen hacer. Ellos no saben varias cosas: mis besos son de
verdad, cuando le hago el cunnilingus buscó su disfrute y cuando
la penetro toco el cielo.
Por
lo que me ha contado no tiene pareja, sus noches son iguales de
solitarias que las mías. Sé que puede parecer una locura, pero lo
de ser los “porno-stars” de moda pasara y dejaremos de vernos;
así que antes de que esto suceda, he decidido pedirle una cita.
Le
he comprado un ramo de rosas para que sea todo más romántico. Al
acercarme a su camerino, le escucho hablar con alguien.
—… no
debes ponerte así. Vuestras películas siguen siendo las más
solicitadas y dice Phill que tenéis trabajo para largo.
— Sé
que es mucha pasta. ¡Pero es que estoy hasta el coño de Mássimo!
Es el tío más pusilánime que me he echado a la cara. Ahora le ha
dado por contarme su vida…. ¡Si supieras la de gilipolleces que me
dice!...
Las
flores van a parar a una papelera, junto con algún pedazo de mi
corazón.
La
escena de hoy incluye un anal. Inusualmente no empalmaba y me han
tenido que dar un par de tabletas azules. Mientras sus labios
buscan los míos, enreda sus piernas en torno a mi espalda y mi
polla atraviesa brutalmente su recto, un único pensamiento se
apodera de mi mente: “Solo puedo follar con ella, ¡pero nunca me
querrá y no será mía!”
sábado, 18 de junio de 2016
Testigo 85-C
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El vestido
cae al suelo y quedo ante ti en todo mi esplendor. Te impresiono, tu mirada lasciva
te delata. Titubeas por un momento, pero en seguida te animas a avanzar hacia
mí con decisión.
Hay algo más
que deseo en tus ojos; destellan seguridad y convicción. Sabes que las cosas no
han ido bien últimamente y, tras una velada de aniversario cargada de buenas
palabras y mejor vino, no piensas permitir que esto se estropee ahora.
Tus brazos
se enroscan entorno a mí. El compás de los latidos de tu corazón y tu calor se
funden en mí a medida que estrechas el abrazo.
—Espera,
déjame a mí —susurras.
No sé muy
bien a qué te refieres, pero lo has dicho de una forma tan firme y sensual que
consigues que tus palabras enciendan. La mecha del deseo no arde sólo en tu
cuerpo, la temperatura aumenta en mi interior y esos pezones rosados que llevas
meses añorando comienzan a endurecerse.
Deshaces
ligeramente el abrazo y tus dedos empiezan a explorarme por detrás. El cálido
contacto de tus yemas logra que la piel se erice a medida que recorres el
camino hasta llegar a tu destino. Ya estás ahí. Has llegado a mi nexo. La
puerta que encierra tus fantasías está ahora a merced de tus dedos.
Mis fibras
se estremecen con la primera caricia. Ahora entiendo a qué te referías con eso
de “déjame a mí”. Tus dedos me tocan como nunca antes me había tocado nadie
ahí. Parecen recrearse, coreografiando un maravilloso baile que parece no tener
fin. Mis tejidos se tensan a medida que aumentas el ritmo y la intensidad de la
fricción.
—Espera, que
lo tengo —dices.
Y es verdad,
casi me tienes. La tensión que experimento va en aumento a medida que te
aceleras.
—Ya casi
está... —tu voz está entrecortada por el esfuerzo.
Es algo
mágico y nuevo para mí. Fuertes sacudidas comienzan a agitar toda mi
existencia.
—Ya lo
tengo... —exhalas.
Pero algo no
va bien. El cuerpo que encierro está perdiendo temperatura y no tarda en
separarse de ti.
—¡Mira que
eres torpe, Manolo! —una voz femenina te recrimina con desprecio y decepción.
—Yo... yo...
—balbuceas nervioso. Pareces sentirte culpable y avergonzado, pero tu gesto no
tarda en cambiar. Tu orgullo ha quedado herido y estallas en uno de esos
berrinches que exhibes a diario cada vez que discutes con tu mujer— ¡La culpa
es tuya!, ¡Ya lo tenía, pero como siempre, tienes que ser una puta impaciente y
joderlo todo!
—¡No sé para
qué lo seguimos intentando si ni siquiera eres capaz de desabrochar un
sujetador! —estos reproches serán las últimas palabras que ella articulará esta
noche, y el portazo que das al salir lo último que podré atestiguar de ti hoy,
pues ella no pierde el tiempo en enfundarse de nuevo en su vestido,
confinándome una vez más a mi oscura prisión de seda.
viernes, 17 de junio de 2016
Diez minutos
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-Ingeniero, lo busca la doctora Silva.
-¿La doctora…?
-…Silva, de la junta médica.
-¡Oh! Muy bien, Liliana. Dígale que pase, por
favor.
-En seguida, Ingeniero.
Liliana se retiró expeditiva, pero a los
pocos segundos volvió a ingresar secundada por una elegante mujer morena de
unos treinta años, ataviada con un riguroso batín blanco.
-Buenos días, ingeniero. Un gusto volver a
verle.
-El gusto es mío, doctora.- El caballero estrechó
su mano, aunque sin ocultar cierta desorientación: -Disculpe, ¿nos conocemos?
-Nos vimos hace una semana exactamente.
-¡Oh! Le pido disculpas; tengo algunos
problemas de memoria últimamente.
Liliana se retiró presurosa cerrando
prudentemente la puerta detrás de sí.
El ingeniero y la doctora se apoltronaron en
el amplio sofá. Él la observó atentamente cruzar las piernas mientras el batín descubría
buena parte de sus tersos muslos.
-¿Qué puedo hacer por usted, doctora?
-¿Realmente no sabe por qué estoy aquí?- Cuestionó
con displicencia mientras revisaba su reloj.
-Bueno, seguramente…
-¡Perdón!-, lo interrumpió: -¿No siente un
aroma extraño, Ingeniero?- Preguntó frunciendo su ceño
-Ciertamente.- El caballero inhaló con ademán
histriónico: -Su perfume es realmente cautivante...- y agregó con voz
seductora: -Es usted una mujer muy atractiva, Doctora.
-Y su lengua es muy audaz, Ingeniero. Aunque hoy
no llevo perfume.
Entonces la doctora Silva volvió a descruzar
sus piernas, separó generosamente sus muslos y subió su batín con ambas manos.
Todo en un único movimiento. Así, el ingeniero pudo comprobar que la médica no
llevaba puesta su ropa interior.
-¿Esto no le ayuda a recordar, Ingeniero?
Pero la expresión de aquel hombre era la de un
niño disciplinado que intenta controlar sus impulsos con poco éxito.
-¡Doctora Silva! No recuerdo una mujer con un
sexo tan… ¡exquisito! Huele a menta,
canela y naranjas.
-¿Entonces, Ingeniero…?- volvió a echar un
vistazo a su reloj: -¿Qué espera para probar su golosina?
El ingeniero aceptó el convite. Bajó hacia su
entrepierna y se alimentó de aquel vergel con la sutileza, la técnica y la
voracidad propia de quien ha sabido degustar manjares mayores. Minutos después,
la doctora vivenciaba un orgasmo intenso, abundante, que derramó íntegramente
en las fauces del ingeniero.
Tras recuperar el aliento, oteó su reloj: habían
transcurrido doce minutos. El Ingeniero
yacía de pie, junto a la ventana, observando el horizonte. Ella se puso de pie
y alisó la falda de su batín ya dispuesta a marcharse.
-Adiós, Ingeniero.
-Adiós…- Dudó, pero el atuendo le dio la
pista: -¿Doctora…?
-…Martínez.
-¡Eso! Adiós, Doctora Martínez.
Ella abandonó la estancia cerrando
prudentemente la puerta detrás de sí.
-¿Alguna novedad, doctora?
-Ninguna. Sigue Igual que hace meses,
Liliana. Su memoria reciente se desvanece cada diez minutos. Por ahora vamos a
mantener la medicación; la próxima semana, veremos. ¡Ah! Y si vuelve a insistir
con eso de las golosinas de menta, canela y naranjas, réstele importancia… es
un TOC.
Cuando la doctora se alejó por el pasillo de
la institución, Liliana ingresó nuevamente a la habitación dieciséis.
-¿Señorita?
-Soy Liliana, Ingeniero. Su enfermera.-
Explicó por enésima vez en el día.
jueves, 16 de junio de 2016
Las tetas de Tatiana
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—Tatiana tiene las tetas más bonitas
de España –Comenta Marcos con un asentimiento de cabeza, mirando hacia la
belleza morena que hay al otro lado de la terraza–¡Eh, Jacob! ¿Por qué no vas a
hablar con ella? –pregunta mirándome con provocación.
Me ladeo lo suficiente para observar
con detenimiento a la chica. Se levanta del taburete y camina de la barra a la
piscina con un sensual movimiento de caderas. Se inclina despacito sobre el
agua, moja su mano y la lleva hacia la nuca con sensualidad, las gotas recorren
un camino descendente por su largo cuello perdiéndose en el algodón de su
camiseta. Sus pechos turgentes y redondos, como manzanas cortlands, se
balancean cuando intenta inclinarse un poco más sobre el borde; el calor es
sofocante, y ha visto en el agua un medio para aliviarse.
Está atenta a su objetivo cuando uno
de los chicos se zambulle en la piscina bruscamente, levantando una cortina de
agua que la baña entera. Su reacción es inmediata: se pone en pie de un salto y
reprende al muchacho, que sonríe con picardía sin darle la menor importancia.
La camiseta blanca que la cubre se
ha vuelto transparente, y ahora se dibuja un diminuto biquini turquesa que se
ciñe a sus pechos como si fuera una segunda piel. Debajo de esa escasa prenda
se encuentran unos excitados pezones, duros como canicas de acero.
Permanezco absorto, estudiando cómo las
arrugas de la camiseta se adhieren a su torneado cuerpo, realzando todavía más
sus atributos femeninos. Parece no ser consciente de la poderosa arma que tiene
por busto, tampoco repara en las miradas que ocasiona al despojarse de la
camiseta y dejarnos contemplar, sin obstáculos, ese milagro divino.
Se tumba en la toalla ajena a todo.
Su piel perlada por diminutas gotas de agua se seca lentamente a causa de la
suave brisa. Sigo perdido en su escote y en el vaivén de su pecho mientras
respira acompasadamente, y ya no me hace falta más: voy a lanzarme.
Cojo mi cerveza y camino en su
dirección omitiendo los cuchicheos de mis amigos. Llego junto a ella y me
siento a su lado, apoyando los brazos sobre las rodillas, bebida en mano.
Al principio no reacciona, tarda un
rato en percatarse de que mi presencia bloquea el sol. Se gira despacio,
entrecerrando los ojos y tapándose la cara a modo de visera con la mano, y
ahora llega el momento cumbre: presentarme, ser elocuente, hacerla reír, invitarla
a una copa y...
Tiendo una mano en su dirección y digo:
—Buenas tardes, me llamo Jacob.
Retira la mano de su cara y me quedo
literalmente en blanco.
—Hola, bombón –contesta con la voz
más grave que he escuchado en mi vida.
Recorro fugazmente su cuerpo con la
mirada y ahí está: debajo del diminuto biquini se intuye el relieve de un pene,
grande como una morcilla de Burgos.
Mis amigos ríen con descaro, no puedo
evitar seguirles; me lo tengo merecido por no ver más que tetas.
miércoles, 15 de junio de 2016
Por el cuello o por los cojones.
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—Buff, me arde el coño —dice Nelly, la pequeña
colombiana, tumbándose en el sofá de la sala de descanso del puticlub— Esta
noche he tenido diecisiete clientes y ninguno con ganas de hablar.
Sus cuatro compañeras rieron su ocurrencia.
—¿Y sabéis lo peor? He recibido una carta de
la oficina del censo electoral; tengo que presidir una mesa el día veintiséis.
Si lo llego a saber no adopto la nacionalidad. En mi país era mucho más
sencillo allí eran los políticos los que elegían; o plata, o plomo.
Esta vez la risa fue estruendosa.
—La verdad es que es un coñazo volver a votar.
—añade Sveta, una checa con unas curvas que quitaban el hipo— Esos cabrones se
van a volver a gastar una millonada en contarnos lo que ya sabemos todos de
sobra. Deberían dejar que nosotras nos follásemos a los candidatos y luego decidiésemos
quién es el más adecuado para ser
presidente, ¿Os lo imagináis? Se puede saber mucho de un tío por la manera en
la que fornica.
—Ya lo creo. Me imagino cepillándome al
presidente, —dice Heidi, la transexual más guapa de toda la ciudad con
diferencia—mejor dicho a su pito, que asomaría por una agujero en la pared y yo
solo podría ver su cara y escuchar sus gemidos de satisfacción a través de un
plasma.
El salón estalló en nuevo coro de risas y
aplausos.
—Yo me veo más con el jefe de la oposición, —interviene
Bety, una cordobesa muy cachonda—ya sabes, tan formal; me follaría en una lecho
de rosas rojas, respondiendo a todas mis peticiones con un "como desees",
y justo cuando estuviese a punto de ponerme en órbita, aparecería mi
compatriota presidenta, haciendo fotos y amenazando con hundirle si no sigue
sus instrucciones para salvar el país.
—A mí el que me va es el coletas —dice Nina
una cuarentona superoperada— Me lo imagino cogiéndome por la espalda y follándome
duro contra un espejo. Mientras me lo hace, se observa su reflejo, se arregla
el pelo y lanza besos a su imagen.
—Yo me lo montaría con el ciudadano. —añade
Carla, una morena de ojos azules y cuerpo cubierto de tatuajes— Estaría
totalmente desnudo, con la corbata ceñida a la frente, sodomizándome a la vez que me azota las nalgas con una fusta y grita
burradas como un universitario borracho. Mmm, eso sí es amor.
—Pues a mí me gusta el jovencito de la barba. —interviene
Sveta de nuevo con su denso acento
nórdico—Me lo imagino tan resuelto y audaz como corto de crédito. Le obligaría
a comerme el chocho, a hacerme cosquillitas en mi botoncito con su barbita y a
llamarme mi reina continuamente...
Muy divertido, chicas, —les interrumpe Mateo,
el segurata que estaba leyendo el periódico en un silla, en la esquina del
salón— pero lo único que vamos a elegir en este nefasto acontecimiento es por
dónde nos van a colgar: por el cuello o por los cojones.
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